sábado, 1 de diciembre de 2012

La historia casi mágica del bastón de oración en los himalayas

Cuando estuve la primera vez en Nepal, en la Media Vuelta al Globo, hice el trekking de los Annapurnas. Para ello me había llevado desde Madrid un estupendo y nuevo bastón de aluminio para ayudarme a caminar. Después de haberlo transportado dentro de mi mochila durante dos meses por toda Europa, Siberia, Mongolia, China, Tibet y parte de Nepal, el segundo día de caminata, en un pequeño descanso, se me olvidó recogerlo y cuando a los pocos minutos me di cuenta, di la vuelta para recuperarlo pero ya se lo habían llevado porque en esos momentos había estado pasando mucha gente por el camino.
Sin embargo a las pocas horas de seguir mi trayecto, pasé por una zona de bambús y pensé que podía cortar un tronquito y utilizarlo como bastón. Dicho y hecho, el bastón resultó ser estupendo: cómodo, ligero, resistente y flexible. Al día siguiente, al pasar por una aldea budista, desde donde ya se veían los Annapurnas, un lugar maravilloso que rememoraba al mítico Shangri La, encontré unas banderas de oración viejas a los pies de una estupa rodeada de pequeños cauces de agua. Cogí las banderitas que parecían estaban mejor y las até a la parte superior del bastón. Así, seguí caminando todos los Annapurnas con mi bastón de oración.
Además de su buena función práctica, el bastón resultó de gran éxito de crítica y púbico, pues mucha gente se quedaba admirada por mi ingenio y me preguntaban qué era lo que me ayudaba a caminar.

Así, en esta ocasión de nuevo en los himalayas, dos años después, y para hacer los trekkings de Everest y de Langtang, no tuve dudas, quería hacerme de nuevo con un bastón de oración.
En el primer día de caminata hacia el Everest, lo primero que hice al encontrar un arbusto de bambu, junto a un riachuelo, fue seleccionar una ramita adecuada para convertirla en mi bastón. Un hombre que allí vivía me vió y con su machete vino a ayudarme cortando la rama correctamente. Dos días después, al pasar por una bella estupa con banderas de oración cerca del paso de Lamyura La, que da entrada a la región Sherpa, vi unas cuantas banderas en el suelo y cogí una de ellas. De nuevo tenía un bastón de oración para caminar por las montañas del Himalaya, y de nuevo fue un gran éxito de crítica y público. La gente me preguntaba qué era ese obtejto tan maravilloso que portaba, los niños se sorprendian y me cogían el bastón para jugar con él, y otros viajeros me reconocían por ser el montañero del bastón de oración. Hasta alguno me hizo fotos por ser yo un recuerdo de sus andanzas por el himalaya.
Después del Everest vino el trekking de Langtang y seguí con el bastón de oración, que a estas alturas estaba ya muy modificado: le había puesto un tacón de caucho que me encontré abandonado el día que vi que debía ponerle uno por estar ya muy desgastado de tanto caminar; llevaba algunas cuerdecitas atadas en la parte baja porque del uso se había ido abriendo la madera. También llevaba celofán de una vez que resbalé y caí encima, tronchándolo.
Pero la cosa era, ¿qué hacer con el bastón cuando terminara mis aventuras montañeras?. Rápidamente encontré la solución. En las afueras de Kathmandu hay un monasterio budista, el de Kopan (precisamente el monasterio del lama español, Osel Hita, nacido en las Alpujarras), que yo quería visitar, así que pensé que podría ir hasta allí caminando desde la estupa de Boudanath y dejarlo en el monasterio a los piés del buda, como ofrenda.
Un día estando en Kathmandu decidí ir al monasterio de Kopan desde Boundanath, y no fui solo, fui con una chica alemana con la que había coincidido varias veces en el trekking de Langtang y a la que había contado lo que quería hacer. Ese día era fiesta nacional en Nepal y la gente cantaba y bailaba por las calles vestidos con sus mejores galas (las fotos de Kathmandu donde aparecen niñas bailando y luego la gran estupa de Boudhanath son de ese día).
Resultó que el monasterio de Kopan estaba mucho más lejos de lo que esperaba y la caminata fue larga y algo caótica porque no seguimos la ruta buena para llegar hasta allí y dimos muchos rodeos.
Cuando finalmente llegué al monasterio de Kopan resultó que estaba cerrado porque se estaba celebrando el curso de noviembre dirigido a formar a nuevos budistas. Yo estaba decidido a entrar y cuando llegó un coche abrieron las puertas e intenté colarme, pero el guarda me las cerró en mis narices mientras me empujaba para que no entrara.
Pensé en saltar la valla, pero tenía alambres de espinos, también pensé en lanzar el bastón al interior, pero me parecía un final un poco lamentable para tantas aventuras.
Así que abandoné las inmediaciones del monasterio de Kopan e iba caminando hacia la estupa de Boudanath cabizbajo apoyado en mi querido bastón y pensando qué hacer, cuando aparecieron dos sorprendidos niños que empezaron a señalarme el bastón para que se lo dejara. Como tantas veces había pasado, les di el bastón para que jugaran, lo cogieron y empezaron a saltar con él y a hacer cabriolas, y de repente echaron a correr y desaparecieron tras unos edificios. Me quedé perplejo, nunca unos niños habían intentado quedarse con el bastón, pero fue precisamente ese día, ese momento, cuando no pude dejarlo en el monasterio, en el que los niños me lo arrebataron. Comprendí que se había cumplido lo que pretendía, dejar el bastón allí, pero no como ofrenda al buda, sino mediante un hecho inesperado. Mi perplejidad la compartí con la chica alemana y le dije que bueno, había aparecido la solución a qué hacer con el bastón. Nos marchamos del lugar sin intentar buscar a los niños, ni tampoco estos hicieron por aparecer, y fui coprendiendo, lleno de alegría y sorpresa, que se había producido un hecho casi mágico.

FIN.


jueves, 29 de noviembre de 2012

La vida en Kathmandu

Ya he salido del curso de meditacion. Una experiencia algo dura que os relatare con cierto detalle en unos dias.

Pero antes de eso queria mostraros algunas de las fotos que he tomado en Kathmandu en las tres estancias que he realizado en estos dos meses. La primera cuando llegu'e, luego entre trekking y trekking y finalmente antes de marchar hacia Lumbini e India.
El nombre de Kathmandu resulta muy evocador y exotico. Yo ahora que conozco la ciudad, cuando suena en mi cabeza la palabra Kathmandu sigue resultandome sugestiva, lejana, misteriosa... Me gustaria haber conocido el Kathmandu de hace, no se, 50 o 100 annos, creo que debia ser un lugar pestilente pero bonito, viendo los edificios antiguos que quedan en las zonas antiguas.
Pero lo cierto es que actualmente es un lugar pestilente pero feo, aunque sigue manteniendo algunas lugares fant'asticos.
La ciudad tiene mucha contaminaci'on porque al estar enclavada en un valle no suele correr el aire y la polucion se queda donde se genera, en la propia ciudad. Las calles son ruidosas e increiblemente polvorientas, parece que todo esta o roto o a medio destruir. La basura esta por todas partes y yo, tras unos dias de estancia, comenzaba a tener alergia.
El trafico es una locura, con coches, motos, bicis, gente y tenderetes compartiendo las estrechas calles sin aceras.
La parte turistica, el barrio de Thamel, esta saturado de tiendas y locales para foraneos, y constantemente se acerca gente para que les compres.
Sin embargo, recorriendo el sur de Thamel, fuera del area turistica, abarrotado de gente y de negocios, de olores y de colores, se vive el exotismo de oriente.
Y gracias a eso, y a los ronnosos templos y estatuas budistas e hinduistas diseminadas por la ciudad, mas las impresionantes estupas de Swayambhunath y de Boudhanath, hacen que al final, la experiencia no resulte tan mala.
Y ademas, resulta que el dia que visite la estupa de Boudanath me ocurrio un hecho inusual, magico incluso... (mas informacion para quien la solicite)...  ;-)

En mis largas caminatas por la ciudad, tanto para visitar como para hacer gestiones, lleve la camara fotografica, y unas veces apuntando y otras disparando al tuntun, consegui una buena coleccion de instantaneas que recogen la vida de la ciudad. Algunas de ellas (muchas) las podeis ver tal que por aqui. Espero no aburriros.

Hoy estoy todavia en Lumbini, Nepal, pero mannana me marcho a India. Primera parada, la increible Varanasi. Desde alli os relatare mis dolorosas experiencias meditativas.

Salud y arriba ese animo!!!

miércoles, 14 de noviembre de 2012

La excursión a Helambu y Langtang, en el norte de Nepal

Estoy de nuevo en Kathmandu, sano y salvo tras mi excursión por las tierras del Himalaya de Helambu y Langtang.
Este es el relato, que una vez más me ha vuelto a quedar un poco largo. Me cuesta ponerme a escribir, pero una vez en marcha, no puedo parar.

Resulta que el 30 de octubre, a las 7 de la mañana, cogí un rickshaw (o bicitaxi) para que me llevara a la estación de autobuses de largo recorrido, al norte de Kathmandu. Mi intención era dirigirme a Dunche o a Shyaphru Besi, junto a la frontera de Tibet, y comenzar desde ese lugar el trekking de Langtang & Helambu.

Pero cuando llegué ya estaban vendidos todos los billetes, así que me tenía que esperar hasta el día siguiente para hacer el viaje.
El bicitaxista se ofreció a devolverme a mi exhotel, pero yo preferí pagarle y despedirle para que no me estuviera dando la tabarra. Me senté un momento y me quedé reflexionando sobre qué hacer. Volví a la taquilla para asegurarme de que no había posibilidad de comprar ningún billete y el vendedor solo me dio la opción de viajar en el techo del autobús, pero no me lo recomendaba porque el viaje duraba casi 10 horas.
Tomé en cuenta la sugerencia y decidí, por una vez, comportarme como un ser casi racional. Saqué entonces mis anotaciones y pensé en la posibilidad de hacer el trekking al revés, empezando por el final, en Sundarajil, un pueblecito en el valle de Kathmandu, a la entrada del parque nacional de Shivapuri.
Pregunté por dónde coger un autobús que me llevara hasta allí, pero las informaciones que recibí fueron confusas. Finalmente me puse en la carretera y pregunté al primer autobús que paró. No entendí nada de lo que el chico me dijo tras quedarse un momento pensativo, pero finalmente me indicó que subiera.
Estuve viajando un largo rato alrededor de Kathmandu hasta que me hizo señas para que me bajara. En aquel momento un señor me hizo señas para que fuera a su minibús que partió al momento. Un rato después, y sin saber cómo, ya estaba en Sundarajil.

A las 9h30 comencé el trekking de Helambu & Langtang con una fuertísima subida siguiendo las canalizaciones que sacian la sed de Kathmandu. Y es que el parque de Shivapuri, montañoso y boscoso, al norte del valle, es el mayor suministro de agua de la capital.
En el parque además hay pueblecitos con tierras de cultivo, casi todas enclavadas en terrazas en las laderas de las montañas.
Cuando pasé por la segunda aldea, bajo un sol de justicia, paré para quitarme la rebequita y aproveché para hacer unas fotos a unas niñas que por allí jugaban. Una anciana aprovechó el momento y me mostró su pié malherido por si podría curarlo. Saqué mi botiquín y desinfecté y tapé la herida. Después me enseñó sus manos llenas de ronchas, pero ante eso ya no supe qué hacer, que no soy enfermero.
Este y todos los días del trekking de Helambu fueron básicamente cuesta arriba, y es que al comenzar desde el valle, iría cogiendo constantemente altura hasta llegar a los 5.000 metros del pico Tserko Ri, en la parte alta del valle de Langtang. Si hubiera hecho el camino recomendado por todas las guías y todos los señores de sentido común, habría empezado desde el alto Himalaya para ir descendiendo progresivamente hasta llegar al valle. Sin embargo, no maldigo mi suerte, pues el camino del montañero, como el de la vida misma, es el ir trepando progresivamente hasta llegar a observar el mundo desde las alturas, envuelto por un mar de nubes.
Terminé el primer día en la colina de Chisapani, la entrada al parque natural de Helambu y Langtang, y un mirador sobre el Himalaya en el que se veían en el horizonte buena parte de las altas montañas de Nepal, desde los Annapurnas al oeste, hasta el Everest al este.

Los tres días siguientes fui cogiendo y cogiendo altura, rodeado de bosques de rododendros al principio, para ir pasando a los de abetos. La ruta que seguía era el camino de los peregrinos al lago de Gusain Kund, un lugar sagrado para hinduistas y budistas, pues hasta aquel lugar llegó Shiva en el momento de la creación del mundo para beber el agua gélida del lago glaciar y con ello, aliviar el escozor que le produjo ingerir un veneno que le dejó con su característico color azul.
El sendero era agotador porque, en lugar de ir rodeando las montañas como suele ser habitual, lo hacía atravesándolas por su parte más alta, así que llegué a la conclusión de que se debía a que era un camino de peregrinación, y quizás de expiación.
Salvo una chica muy rubia que iba con un guía, y que cuando coincidíamos nunca me saludaba, todas las demás personas que me encontré por el camino venían en sentido contrario, y casi todas en grupo. Solo recuerdo con agrado a una pareja de señores australianos y budistas con los que paré en la vuelta de una pronunciada cuesta a charlar un rato sobre budismo y sobre literatura española del siglo de Oro. También fue estupendo encontrarme con otro montañero, alemán, con el que paré a charlar del Tibet y a recomendarle que visitara las tierras de Ladakh, uno de los lugares más extraordinarios y remotos del mundo. El alemán a su vez me recomendó que me quedara en un alomamiento muy humilde de Gusain Kund, llevado por una familia de tibetanos.

Bastante cansado, la tarde del cuarto día de excursión llegué al paso de Laurebina, de 4.610 metros y que daba entrada a la región del alto Himalaya, y desde donde se podían ver las altas cumbres heladas del valle de Langtang, fronterizo con Tibet.
Desde aquí comenzaba el descenso hasta Gusain Khund rodeado de lagos glaciares.
Al llegar al lago había un manantial con unos caños con forma de dragones, diversos elementos hindúes y decenas de banderas de oración. Más adelante estaba el templo dedicado a Shiva, y junto a este, vivía un sadhu, o santón, que permanecía inmóvil todo el tiempo. Según me comentaron en el hotelito, este señor había renunciado a hablar desde este verano, durante el último festival de Shiva. Cuando alguien pasaba por delante suyo, saludaba sacando y elevando de su andrajosa túnica, su mano derecha, impresionantemente larga, igual que las de algunos pantocratos románicos ¿Sería realmente así de alargada o era la impresión que me transmitió?
En el Tibet Hotel, el alojamiento más mísero del lago, lleno de rendijas, y donde mirando a través de los crujientes tablones del suelo se podían ver los cimientos, coincidí con una pareja de viajeros franceses y otra de montañeros italianos que me recomendaron los alojamientos para los siguientes días para poder convivir con las familias, pero pasando más penurias: sin luz, sin agua, con frío... cosas de aventureros locos.

Al día siguiente continué camino, ya cuesta abajo, y salí de la región de Helambu pasando por un collado de 4.165 metros donde se tenía un panorama impresionante de las montañas del alto Himalaya. Junto a un templete hindú y una estupa budista más baja, ambos repletos de banderas de oración, se podía observar, de oeste a este (o de izquierda a derecha), entre otras muchas montañas: Daulaghiri, Annapurna I, Machhapuchhre, Annapurnas III y II, Himal Chuli, Manaslu, Ganesh Himal, varios picos en terrenos de Tibet, Langtang Lirung y Shisha Pagma, casi todos estos picos superan los 7.000 y 8.000 metros de altura, ahí es nada.
Continué a buen ritmo cuesta abajo hasta llegar ese día a Thulo Shyaphru, una aldea donde me pude asear y lavar la ropa, e incluso podría haber cargado mis aparatitos si no fuera porque por la tarde se fue la luz de la aldea, y ya nunca volvió.

El sexto día de excursión me adentré en el valle de Langtang, que va de oeste a este. Es muy estrecho y está repleto de preciosos bosques y oradado por un tumultuoso río que fluye desde los glaciares de la parte alta.
Tal como me habían anunciado por el camino, el trekking de Langtang es ahora muy transitado por hordas de grupos de turistas-aventureros agrupados por agencias. Así, para evitar llegar a los asentamientos y encontrarme sin alojamiento, decidí cambiar el paso establecido y, en lugar de hacer el camino en tres días, hacerlo en dos, si es que las fuerzas me acompañaban (claro, de no haber habido hordas de turistas, también habría hecho la subida en dos días).
A todo esto, mi maltrecho tobillo, que me había retorcido el penúltimo día del trekking del Everest, me seguía doliendo cosa fina. Si bien por las mañanas comenzaba muy brioso y desenfadado, al cabo de unas horas llegaban los dolores, que a veces hasta se transformaban en calambres. Pero bueno, pude aguantar porque los masajes de la noche y algún que otro ibuprofeno y antiinflamatorio me relajaban los sufrimientos.
El camino hasta el alto Langtang me resultó algo decepcionante y es que, junto a los numerosos grupos de visitantes, había además un número desmesurado de alojamientos y teahouses que no cejaban de proponerme que me parara a descansar, a tomar un té, a comer, a comprar suvenires, a quedarme a dormir. Todos ellos son refugiados tibetanos, o sus descendientes, que huyeron de su cercano país por el amor desmesurado de los chinos invasores. Y todos ellos buscan al visitante, su principal o única fuente de ingresos. En todo el valle solo hay un pueblo real, Langtang villa, el resto de lugares son alojamientos para los turistas.
De Langtang villa huí como de la peste, y bastante enfadado, pues quería haber comprado queso de yak en su fábrica, pero el precio era casi el doble que en Kathmandu.
Desde el pueblo de Langtang hasta el último asentamiento del valle, Kyanjing Gumba, había una interminable sucesión de muros de oración, repleto de losas con mantras esculpidos, y en el diminuto alojamiento de Kyanjin, con solo dos habitaciones y donde pasé un par de noches, cené y desayuné en la cocina, muy humilde, y por donde pasaban familiares y amigos a tomar licor y a calentarse en la lumbre.
El primer día en el hotelito coincidí con dos jóvenes amigos holandeses con los que estuve charlando durante horas y el segundo, la habitación la ocupó Vinapati, una mujer india muy bajita y casi anciana, pero muy aventurera, que iba acompañada con un guía y dos porteadores, y que primero se iba a adentrar más al fondo del valle de Langtang, y después quería pasar a la región de Helambu atravesando el altísimo y helado paso de Chang La, de 5.106 metros. También conversé largamente con ella y me recomendó que visitara su tierra, el estado francófono de Pondicherry y la villa espiritualoide de Auroville, cercana a Chennai, en el sureste de India.

El día octavo del trekking me di una buena paliza. Kyanjing Gumba está en la base del pico y del glaciar del Lantang Lirung (de 7.220 metros) y es un lugar precioso y gélido en el que por las noches se hiela el suelo, los riachuelos y el alma.
Para contemplar todo el impresionante escenario que me rodeaba, lo mejor era subir al algo distante pico Tserko Ri, de 4.984 metros. Tardé algo más de 3 horas en llegar a la cima, inflamada de banderas de oración. La vista desde allí era grandiosa de picos y glaciares, casi todos en la lejanía. Permanecí una hora y la bajada, en lugar de hacerla por donde había venido, que era el camino más corto, decidí hacerla dirigiéndome primero hacie el este, adentrándome un poco por la zona remota del Langtang.
Esa zona fue explorada por primera vez por Bill Tillman en 1.949, y hablando con un ganadero de yaks, le mostró una cueva en la que aseguraba que había vivido una familia de yetis hasta seis años antes. ¿Dónde fue la familia? nadie lo sabe, y yo seguiría sin saberlo, pues para adentrarme hasta el final del valle, 25 kilómetros más hacia el norte, habría que ir mejor pertrechado de lo que yo estaba.
El largo regreso por esta variante me produjo una gran alegría por la belleza de este valle misterioso.

De nuevo en Kyanjin Gumba, siete horas después, aún estaba yo dudando si subir a otro pico, el pequeño Kyanjing Ri (de unos 4.350 metros) y desde el que yo suponía, se debía poder ver el glaciar del Langtang Lirung a tiro de piedra. Iba cabilando sobre este y otros temas cuando vi que un numeroso grupo de japoneses achacosillos iniciaban su ascenso, así que ni corto ni perezoso me arranqué y rápidamente los adelanté. Iba yo tan brioso que me pasé del camino correcto y rodeé la montaña por detrás. Pero no pasó nada malo, aún así llegué a la cima en 50 minutos, cuando el tiempo estimado es de 2 horas.
Allí de nuevo el paisaje era maravilloso rodeado de altas cumbres y glaciares.
El regreso fue ultraveloz y al día siguiente, a pesar de la paliza del anterior, pretendí, en mi locura montañera, deshacer todo el camino del valle de Langtang y con ello ganar un día para, a lo mejor, hacer de seguido otro trekking, el del Tamang. Los guías me dijeron que era posible, pero poco probable, que lo pudiera realizar.
Efectivamente no pude llegar hasta Shyaphru Besi, al final del valle. Me quedé a unas pocas horas en una casita en medio de la montaña y donde vivían una tibetana viuda y su anciana madre. En la casita coincidí con un montañero francés que había pretendido lo mismo que yo, y que tampoco lo había conseguido.

El día décimo del trekking, y tras una jornada de lo más relajada, en la que anduve charlando con el francés y con unas holandesas, llegué al final de la ruta en Shyaphru Besi, en el camino y a muy pocos kilómetros de la frontera con Tibet.
Fue en el otro lado de la frontera, en Kyoring, donde Heinrich Harrer (alias Brad Pitt), pasó nueve meses de sus Siete Años en el Tibet, y donde dijo que era el lugar donde le hubiera gustado pasar los últimos años de su vida.
En Shyaphru Besi, ya con coches, motos, camiones y ruido, tuve una habitación lujosa donde pude ducharme, lavar los pantalones e incluso cargar las baterías.

Al día siguiente, a las 6h30 de la mañana, cogí el autobús camino de Kathmandu. El viaje fue maravilloso: botes sin fin, un frío intenso, polvo a mansalva (de nada sirvió el haber lavado los pantalones y cambiado de ropa), centenares de paradas para recoger y dejar mercancías y personas, y para enseñar mi salvoconducto en todos los puestos militares del camino (que lo chinos acechan). Así, 180 kilómetros y nueve horas y media más tarde, llegué a Kathmandu. Y para no perder la costumbre, en lugar de coger un taxi, me fui caminando hasta el centro con mi mochila y ayudado por mi bastón con bandera de oración tibetana. Cuarenta minutos después me volví a alojar en el hotel Puskar, esta vez a un precio más barato por aquello de que ya me conocían y porque aseguraba que me iba a quedar allí una buena cantidad de días.

Y sí, efectivamente, hice fotos, algunas de las cuales las podéis contemplar en este SUPERENLACE.

Y qué más os puedo contar: que por aquí ya se empieza a notar el fresco y que estoy pensando poner en manos de un profesional mi tobillo, porque pasado mañana me marcho a Lumbini para un curso Vipassana de meditación de diez días y no quiero que me esté doliendo cada vez que intente ponerme en la posición del loto, una postura que creo que tendré que mantener como doce horas al día.
Por cierto, en Nepal estamos de fiestas, es algo así como la navidad y parece que también se acerca su año nuevo. Pero cuando estuve la otra vez, en mayo de hace un par de años, también lo celebraban. Me da a mi que esta gente celebra el año nuevo dos veces... extraño ¿verdad?


domingo, 28 de octubre de 2012

Aventuras en el camino del Everest

Ya he regresado del Everest y estoy bien.  Para que sepáis qué tal me ha ido, aquí os hago una descripción exhaustiva y apasionada de mis aventuras. Es un texto largo, como es habitual en mi, pero al final hay un enlace a las impresionantes fotos que me han salido. No es mérito mío, lo es de la madre naturaleza.
Ahí va:
El trek del Everest lo he realizado en un total de 25 días, incluyendo los dos de autobuses de Kathmandu a Jiri y vuelta, una tortura de 9 horas en una lata con ruedas sobre una carretera de baches, agujeros y miles de curvas.
Los primeros días del treking (y los últimos) recorrí las sierras boscosas del himalaya de oeste a este. Cada día había que superar un par de collados, subiendo y bajando por senderos una y otra vez. Esta es la parte más dura del treking, pero merece la pena porque se avanza por el camino comercial que une los valles y los enlaza con el alto himalaya y con Tibet.
En esta primera parte había pocos turistas, siempre había disponibles múltiples alojamientos y los precios eran más que correctos. Se atraviesan pequeñas aldeas budistas con sus banderas de oración y sus estupas, con gentes casi siempre simpáticas.
En seguida que pude me hice con un bastón hecho de bambú al que le coloqué una bandera de oración tibetana azul que atrae la buena suerte.
El segundo día, tras atravesar el paso de Lamyura La (de 3.530 metros), se entraba en la región Sherpa de Solu Khumbu.
Yo iba a mi característico ritmo medio veloz sin parar casi nunca, e iba coincidiendo de vez en cuando con un padre e hijo neozelandeses y con un par de israelitas, mientras que me cruzaba con esforzados porteadores que transportan mercancías desde un pueblo a otro. Algunos hasta llevaban enormes vigas de madera para la construcción de casas.
En Kharikhola (día 6), el camino gira hacia el norte y se va adentrando entre las montañas cada vez más altas, es la región de Khumbu. Aquí, los preciosos bosques de rododendros van dejando paso a los altísimos abetos.
En Lukla la cosa cambia. Es este lugar una elevada meseta a 2.840 metros donde hay un aedrómo al que llegan la inmensa mayoría de visitantes en un viaje de 140 dólares y 25 minutos desde Kathmandu. Desde este punto comienzan a caminar los grupos de numerosos montañistas adinerados, gordinflones, de mejillas sonrosadas, boca entreabierta y de mirada de cordero degollado (por supuesto, estoy exagerando). Todos van con sus guías y sus porteadores, también llevan mulas y yaks transportando sus pesadísimos equipajes.
La siguiente parada es Namche Bazar, la capital sherpa, una población en herradura colgada en un elevadísimo valle a 3.440 metros y rodeado de picos de 6.000.
Aquí ya iba haciendo un frío de impresión en cuanto atardecía o las nubes tapaban el sol. Después de tantos días de caminar entre pequeñas aldeas, resultaba chocante encontrar decenas de tiendas, bares y discotecas, música y ruído por las calles, y claro, muchos turistas perfectamente disfrazados de montañeros profesionales.
En Namche me costó una barbaridad encontrar alojamiento, todo estaba abarrotado: es lo malo de venir en temporada alta. Un hombre me ayudó a encontrar sitio en un hotel que todavía estaba sin terminar de construir. Allí estuve en la mejor habitación de todo el recorrido aunque eso sí, era gélida, y más aún su perfectamente equipado baño que hasta tenía espejo, pero sin agua caliente. Eso no fue óbice para que me diera una ducha a 4ºC en la que casi me da un patatús al aclararme el pelo de lo fría que estaba el agua.
La suerte hizo que en el mismo hotel estuvieran alojados tres aguerridos montañeros españoles (Sergio, Miguel y Antonio), que tenían pensado hacer el mismo recorrido que yo tenía en la cabeza, más la subida al Imja Tse o Island Peak (6.189 metros), y en seguida me invitaron a unimer a ellos.
Aún permanecí un día más en Namche como día de descanso y aclimatación, pues los días que vendrían a continuación serían cada vez más altos y más fríos.
Desde Namche nos dirigimos hacia Gokyo en tres días, un lugar a 4.790 metros de altitud con la figura impresionante del Cho Oyu (8.201 metros) y sus glaciares.
En esta zona y la de los siguientes días de cotas tan altas ya no había pueblos, sino asentamientos con alojamentos para montañeros y turistas. Aquí los precios de los alimentos se disparaban y el frío penetraba por cada rendija. Las ventanas de las habitaciones y el agua de las cantimploras se congelaban por las noches y no había grifos donde coger agua o lavarse. Aún así, me las apañé para asearme utilizando los cubos para las letrinas, que uno es un gentleman, aunque algo agañanado.
Aunque los lugares estaban abarrotados, nosotros no teníamos problemas con el alojamiento porque los porteadores de mis colegas se adelantaban cada día y, utilizando sus influencias, nos reservaban un par de habitaciónes. Pero esto no suponía que nadie se quedara a la intemperie y muriera congelado: siempre quedaba la opción de quedarse a dormir en el salón, y este era el mejor sitio porque la estufa mantenía, al menos por unas horas, el lugar medianamente caliente.
Desde Gokyo ascendí al Gokyo Ri (5.360 metros) desde donde se tiene una impresionante vista del Cho Oyu y sus glaciares, del Everest, Lhotse, Nuptse, Makalu, Ama Dablam y muchísimos más picos de nombres para mi  desconocidos, pero de porte espectacular.
Después había que atravesar el glaciar del Cho Oyu y subir por una fuertísima pendiente para cruzar el altísimo collado de Cho La (5.420 metros) y bajar por un glaciar hasta encontrar una de las vistas más espectaculares del planeta: un profundo valle glaciar descendía en dirección sur-sureste hasta que, en la lejanía, era interrumpido por la afilada mole del Ama Dablam (6.856 metros). Mientras, a la derecha se alzaban con brutal verticalidad las paredes del Arakam Tse, del Cholatse y del Taboche, todos de seismil y pico metros. La belleza impactante de este espectáculo petreo me dejó paralizado y durante un rato, estuve extasiado contemplándolo mientras mis compañeros seguían su marcha.
El siguiente destino retomaba la dirección norte para llegar hasta Gorakshep, en los alrededores del campamento base del Everest y del glaciar Khumbu.
Rodeados de altas montañas y con el Pumo Ri (de 7.160 metros) presidiendo la vista al norte, llegamos a Gorakshep y esa misma tarde subimos, a pesar de lo nublado del cielo, al monte Kala Pattar (5.550 metros), el lugar que ofrece la mejor vista posible del Everest, Lhotse, Nutse y del Pumo Ri y de los glaciares que recogen todo el hielo de este mundo helado.
El Tibet está a tiro de piedra y es hasta factible llegar a él cruzando el collado Lho La (de 6.026 metros) en el camino de ascenso al Everest.
Como la tarde estaba nubosa y no me permitía ver con todo detalle el grandioso y emocionante espectáculo de mi alrededor, quise subir de nuevo al Kala Pattar a la mañana siguiente mientras mis compañeros seguían camino a Dingboche, en la base del Ama Dablam.
El nuevo ascenso y la contemplación de la salvaje belleza del lugar, me volvió a producir una gran emoción que mi débil corazón casi no pudo soportar. Allí entablé conversación una pareja de señores checos que me invitaron a un trago de whisky para celebrar tamaña conquista.
Sin dilación excesiva regresé a Gorakshep y en solitario me dirigí hacia Dingboche donde me reuní con mis amigos. Y para celebrarlo, me di una ducha de agua caliente (que se estropeó a la mitad) y me comí un filetito de carne de yak.
Al día siguiente llegamos hasta Chukhung, donde mis amigos se prepararon para ascender al Imja Tse y yo me subí en solitario al Chukhung Ri (5.550 metros) que me dejó turuleto por la escasez de oxígen, por sus fuertes pendientes y porque uno ya iba un poco cansadete.
Las vistas desde este lugar eran de nuevo espectaculares, todo rodeado de glaciares, con las caras sur del Lhotse y el Nuptse, con el Imja Tse y con el Makalu en la lejanía, y delante, la afilada figura del Ama Dablam.
Aquí dejé a mis compañeros que ascendieran valientes las heladas aristas del Imja Tse. Yo no lo haría por la excasez de mi equipamiento y de presupuesto (que por aquí, subir un pico de más de 6.000 metros sale bastante caro).
Ya solo, seguí camino a ritmo endiablado y en un día de 9 horas de caminata hice el trayecto Chukhung - Namche, y al día siguiente llegué a Lukla.
Si a la ida todavía albergaba alguna duda de si regresaría en avión, al llegar aquí ya no tenía ninguna, lo haría caminando. La parte menos transitada del trekking era tan bonita que sería una falta de consideración y una ruptura del encanto huir miserablemente dando un salto aéreo.
El regreso por los bellos valles boscosos y sus duras y empinadas cuestas fue rápido y plácido si no fuera porque el penúltimo día de treking, a las afueras de Kinja, en un lugar donde el camino se rompía al haberse desprendido la montaña, pisé una piedra traicionera que se deslizó, y con todo mi impulso y peso, me hice un fuerte esguince en el tobillo derecho con "clack" de tendones incluido. Esto no me detuvo ni lo más mínimo porque sabía que si me paraba un poco, el pié se me quedaría frío y ya no podría caminar. Todavía me quedaban 4 horas de duro sendero cuesta arriba. Entre fuertes dolores finalmente conseguí llegar a Bhandar y en lugar de irme directamente a la posada, me metí en la ceremonia del monasterio budista. Cuando salí de allí me había quedado tan frío que no podía caminar y el tobillo tenía las hechuras de media pelota de tenis.
Me di una ducha de agua caliente y luego me hice un poderosísimo y aún más doloroso masaje en el tobillo con bálsamo de tigre que me dejó descompuesto y tiritando, pero con buenas sensaciones de que la articulación podría seguir funcionando.
El día siguiente lo dediqué a descansar, a seguir dándome traumáticos masajes y a leer al doctor Carl Gustav Jung.
El día 25 reanudé la marcha como si tal cosa hasta Jiri, y aunque llegué con el pié bastante dolorido, mi sorpresa fue que pude caminar prácticamente normal. La duda entonces fue ¿qué es más sanador, el bálsamo de tigre o mis propias manos?
El día 26 a las seis de la mañana, cogí en Jiri un autobús que tras un trayecto infernal, y entre enormes estrecheces, me dejó en Kathmandu a las tres de la tarde.
Caminando llegué hasta el barrio del Thamel donde me volví a alojar en el hotel más cutre de toda la ciudad, el Puskar.

Resumiendo: que estoy contento, morenito y delgado como un palillo.

Y si no creeis lo que os he contado, aquí os enlazo unas fotos para que veáis que, al menos, parte de lo dicho es medio cierto:



Besos,
Juanj.

PD: estos días que llevo ahora en Kathmandu no son solamente de descanso, son también de gestiones. Además de traspasar fotos, redactar estos escritos, y lavar ropa, tengo que ampliar mi visado de Nepal, sacar los permisos para mi próxima aventura: el trekking del Langtang y Helambu, y comprarme una chaqueta de plumas y unos guantes para no pasar tanto frío. !Ah! y debo seguir masajeando mi tobillo para devolverlo a su antigua majestuosidad.

jueves, 18 de octubre de 2012

De vuelta en Namche Bazar tras visitar la region de los ochomiles

Ya estoy de vuelta en Namche Bazar tras visitar con exito la region de los ochomiles. Hoy me he dado una paliza del copon caminando durante nueve horas, subiendo y bajando montannas desde el asentamiento de Chugkhung (o algo asi), debajo del Ama Dablam y el Lhotse. Pero queria llegar aqui a la capital para poder cargar todos mis aparatitos que ya estaban bajo minimo y poderme lavar en condiciones. Todo ha ido fantastico, he disfrutado muchisimo paseando entre gigantes de piedra y atravesando glaciares. Eso si, he pasado bastante frio porque en estos mundos de hielo la temperatura es muy baja y mas aun en los alojamientos, donde el frio no abandona nunca las habitaciones. El aseo tambien ha sido excaso, ya que en estos dias no he encontrado ningun lugar que tuviera agua para lavarse, solo habia letrinas. Por aqui tienen muy claro que la mierda abriga. Mannana seguire camino hacia el pueblito de Lukla donde los excursionistas (todos) cogen una avioneta para llegar a Kathmandu en 25 minutos. Yo sin embargo seguire caminando, deshaciendo la ruta, hasta llegar de nuevo a Jiri. No quiero romper el encanto de este lugar huyendo en avion. Cuando dentro de una semana (aprox.) este de regreso en Kathmandu, escribire un breve relato de mis andanzas en la region de Khumbu y subire algunas fotos impresionantes.


martes, 9 de octubre de 2012

Desde Namche Bazar, capital Sherpa, antes de internarme en la region de los ochomiles

Escribo desde Namche Bazar, el pueblecito capital del mundo Sherpa, colgado de las montañas y rodeado de precipicios y picos de más de 6.000 metros. El pueblecito estA a 3.500 metros de altura, en la región de Khumbu, en el Himalaya debajo del Everest. Llegué ayer y hoy es dia de descanso y aclimatación. Aquí hace frio y esta tarde está lloviendo. Estoy fuerte y sano: en la guia, el recorrido desde Jiri hasta aqui, lo marca en 12 dias y yo he tardado 7. En el hotel me he encontrado con tres españoles que van tambien para arriba y me voy a unir a ellos. En lugar de ir directamente al campamento base del Everest, voy a ir primero a la zona de Gokyo, al sur del Cho Oyu, y voy a subir una montañita de cinco mil y pico metros, más que nada para disfrutar del espectáculo. Después hay que atravesar el glaciar de Gokyo y subir un collado de 5.500 metros para entrar en la zona del Everest. Desde aquí subiré otra montaña, Kala Pattar, de 5.550 metros, y desde donde se tiene una de las vistas más espectaculares del planeta con la vista del Everest, Lhotse, Ama Dablam, Pumori, Cho Oyu y otros. Desde aquí iré al campamento base del Everest y más tarde me internaré en la zona de Chhukhung, debajo del glaciar del Ama Dablam. Mis compañeros seguirán por esos valles para escalar la montaña Island Peak (6.189m), pero yo no lo haré porque solo vengo preparado para pasear, no para escalar, asi que ya solo, me volveré en unas tres jornadas hasta Namche Bazar. En total serán unos 8 o 9 dias metido entre las montañas mas altas del mundo.

lunes, 1 de octubre de 2012

Preparado para darme un paseíto hacia el Everest


Ya tengo todo preparado para irme a dar un garbeo al Everest. Hoy he estado en la oficina de turismo y tras pagar un pastoncio por los permisos para el Everest, he ido a comprar el billete de autobus a Jiri, el comienzo de mi ruta. Serán entre 20 o 30 días caminando hasta llegar a la base de la montaña. Creo que allí hará algo de fresco, pero voy bien equipado, llevo un bonito bañador (entre otras muchas cosas).
En estos dos días he recuperado las fuerzas (tras dormir de forma brutal) y he perdido algo de la nostalgia. Además de darme unos paseos por Kathmandu y comprar algunas cosillas que necesitaba, como una navaja y una bolsa impermeable complementaria para llevar encima de mi mochila, ayer estuve visitando la estupa budista de Swayambhunath sobre una montaña a las afueras de la ciudad.
Como ya me van a cerrar el cibercafé, no me da tiempo a contaros más cosas. Tendréis noticias mías a la vuelta del Everest, en algo menos de un mes, si todo va bien.