martes, 18 de diciembre de 2012

Una semana en Varanasi

Tras cruzar la frontera de Sunauli, entre Nepal e India, marché directamente a Varanasi acompañado de tres amigos del duro curso de meditación: Ellina, Andreas y Kiam.
En Varanasi me alojé en el Lord Vishnu Guesthouse por 200 rupias al día, un lugar tranquilo con gente acogedora y una terraza desde donde se podía admirar el río Ganges (ahora con caudal bajo por ser época seca), a las familias de monos corretear de tejado en tejado, a un chaval cuidando a sus palomas en la terraza de la casa de al lado, un patio lleno de búfalos y a un montón de gente subida a los tejados jugando con sus cometas.
La sagrada Varanasi es un lugar donde merece la pena regresar y por eso, y porque me cogía de camino, volví a esta ciudad de calles estrechas y abarrotadas de gente pintoresca, tiendecitas, perros, vacas y mucha mierda.
El primer día de estancia estuve en un concierto de musica clásica india, con tabla y sitar y luego hubo danza clásica con una mujer bellamente vestida y acompañada por la tabla y un cantante que tocaba el harmonium.
También visité el ghat Mani Marnika donde se quema a los muertos. Esta vez no tuve ningún tipo de problema, por allí no estaba mi amigo Perro Rabioso, y lo cierto es que no intenté hacer ninguna fotografía.
Comí abundantemente y muy barato, un thali (un plato de zafarrancho lleno de arroz, pan chapati, patatas cocidas, verduras y salsas, todo bastante picantillo) que se podía rellenar hasta la saciedad, costaba 35 rupias. También me tomé algunos deliciosos lassis (batidos indios) en el estupendo Blue Lassi y algunos dulces-ultradulces típicos de India. Quizás por esto, quizás porque bebí agua de las jarras en las que beben los indios, o también porque además me entró una alergia tremebunda por la enorme cantidad de microscópicos ácaros flotando en el ambiente, un día me puse malísimo-malísimo. Me desperté por la noche y tuve que correr al baño, batiendo la plusmarca mundial de desagüe anal, desbancando al mítico Camilo J. Cela. Además el drama fue aún mayor porque el retrete era del tipo asiático (de a-pulso) y estar ahí moribundo no es la mejor de las situaciones imaginables. Este incidente me dejó tan debilitado que ese día apenas pude caminar, me había quedado sin fuerzas, y me pasé casi todo el tiempo dormitando, helado de frío y tembloroso, metido en mi saco de dormir. Pero hice uso de mi arsenal médico y al día siguiente, aunque débil, ya me encontré muy recuperado. El tercer día amanecí perfectamente.
Yo no fui el único que cayó enfermo por mis malas prácticas alimentarias, todos mis compañeros también estuvieron pachuchis, y eso que a ellos no se les ocurrió beber el agua.
El día que ya estaba recuperado fui con Andreas y Kiam a una clase de percusión con djembé. Kiam quería aprender a tocar el instrumento y aquí los vendían y daban clases a razón de 100 rupias la hora. Fue divertido pero no se me dio muy bien, mis amigos ya sabían tocar un poco y yo me perdía al seguirles... creo que se me habría dado mucho mejor estando solo.
Otra de las actividades clásicas para hacer en Varanasi es acudir a la ceremonia de la tarde junto al río, donde se congrega una multitud de personas para observar la ofrenda al río por parte de cinco ofrendantes y unos músicos que hacen las delicias del personal, palmas incluidas.
Varanasi es una ciudad con más de cincomil años de antigüedad y aquí vienen a morir muchos hindúes porque la tradición dice que de esta forma se libran del ciclo de reencarnaciones y por ello de tener que soportar a tanto gilipollas que vaga por el mundo. El río es purificador para las almas aunque su grado de contaminación es extremo, sobre todo por las industrias químicas río arriba que no dudan en arrojar a su caudal los desechos de su actividad. Aún así, la gente se lava el cuerpo, los dientes y la ropa. Una chica del hotelito nos contó que hacía unos días un chico inglés, de unos 20 años, que estaba visitando la ciudad no se le ocurrió otra cosa que darse un baño en el Ganges. Se quitó la ropa, salvo el taparrabos, y de un saltó se zambulló. Justo al entrar al agua sufrió un shock y murió al instante. Su cuerpo permaneció muchas horas junto a la orilla porque el río está repleto de ellos (el que no tiene dinero para pagarse la madera de la cremación es arrrojado directamente sin ser chamuscado). La chica que nos lo contaba vio el cuerpo y quedó conmocionada. Yo llegué a la conclusión de que el alma de este chico debió ser la de un hindú que por error reencarnó en Inglaterra y tan pronto como pudo, reunió dinero y se marcho a Benarés a enmendar su error, y ya de paso a dejar de lado el ciclo de reencarnaciones y no tener que soportar a tanto... que vaga por el mundo.
Una cosa que no hice en la ocasión anterior fue coger una barca para recorrer el río, pero esta vez sí. Nos levantamos a las cinco de la mañana para ver el amanecer, aunque no nos cundió mucho en nuestra travesía porque el bueno de Andreas quiso probar qué es eso de ser remero y estuvimos dando vueltas sobre nosotros mismos durante un buen rato. La verdad es que esa mañana hacía bastante frío, así que desembarcamos en la arena de la otra orilla y nos fuimos a tomar un té en un tenderete rodeado de basura.
Otro día fui con Andreas hasta la cercana Sarnath, la población donde el Buda, tras alcanzar la iluminación, dio su primera charla a las masas hábidas de saber qué le pasaba que se le veía tan contento y tan bien. El lugar fue arrasado por los compasivos y simpáticos musulmanes siglos atrás, pero aún así quedó en pie una enorme estupa con forma de campana.
Al ser Varanasi un lugar santo está lleno de Babas, o Sadhus, o santones. Son ascetas que han renunciado a los valores materiales, alejándose de la sociedad para meditar y lograr la iluminación. Viven de la caridad ajena, visten de color azafrán, se pintan la frente con ceniza de colores y muchos de ellos no se cortan ni la melena ni las barbas. A pesar de su supuesto misticismo, corren detrás de cada turista para que se les fotografie y se les den unas rupias. Yo intenté hablar con uno de ellos sentado en uno de los ghats (escalinatas que dan acceso al río). El tipo tenía cara de simpático y me recordaba en sus rasgos a Groucho Marx (es el santón que aparece en una de las fotos del album de Varanasi: !ENLACE!). Le saludé y le pregunté que porqué era un baba, y me dijo con voz cantarina y ojos alocados que era un baba porque tenía carnet de baba, me lo enseñó y se puso a cantar. Le volví a preguntar y me respondío que era un baba porque era un baba y siguió cantando y dando palmas mientras los ojos vagaban por el universo. No se cómo se desenvuelven otros babas, pero la conversación con este era complentamente imposible, así que me quedé con las ganas de saber algo sobre esta gente.
Resulta que estos personajes son intocables en India por su calidad de casi santos, son respetados y hasta temidos y no pueden ser juzgados ni encarcelados. Por ello, muchos delincuentes y criminales, cuando empiezan a temer que van a ser acorralados por sus actividades, abandonan su lugar de residencia y su identidad y se hacen pasar por babas, y es por eso que ahora existe el carnet acreditativo.

Y tras siete días de estancia en la fabulosa y pestilente Varanasi, acosado por la alergia y el asma, y tras leerme un librito sobre la meditación Vipassana y actualizar mi diario (ya que en el curso no se podía escribir, entre otras muchas cosas) me puse en camino a la cercana Bodhgaya (cercana pero a la que se tarda todo un día en llegar), el lugar donde el buda alcanzó la iluminación bajo un árbol. Historieta que contaré el próximo día que encuentre un cibercafé en condiciones (cosa cada día más difícil).

PD: Por cierto, me encuentro en un lugar perdido de India, esperando que salga mi próximo tren camino del Rajasthan. Esta mañana he dejado un lugar fantástico y sagrado llamado Orchha, con palacios de maharajas, templos enormes, todo roto o casi roto, un caudaloso río, un bosque y muchos sadhus. Y antes de Orchha estuve en Kajuraho, con uno de los grupos templos y esculturas más esquisitas del mundo.



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