domingo, 23 de diciembre de 2012

Los templos tántricos de Vatsa en Khajuraho

No resulta muy agradable levantarse a las cuatro y media de la mañana para poder coger el tren de Ghaya y que luego este parta con tres horas de retraso, pero eso es lo que sucedió la mañana que abandoné Bodhgaya. El trayecto era hasta Varanasi para allí coger otro tren que me llevara a Khajuraho. Así que la espera en Varanasi fue más breve de lo esperada y cuando, junto a Ellina, montamos en el siguiente tren, nos llevamos una gran alegría al ver que allí también estaba nuestro amigo Kiam, que una vez finalizadas las clases de djembé y visitado Sarnath, también iba al mismo lugar que nosotros.
Este segundo trayecto fue por la noche y aunque conseguí dormir medianamente bien, hizo mucho más frío del que yo suponía.
A la mañana siguiente en Khajuraho nos alojamos en un bonito hotel y mientras desayunábamos, un chaval vino a informarnos que hacía masajes ayurvédicos. Ni corto ni perezoso, le pedí que me masajeara mi tobillo esguinzado con la intención de curarlo.
Al medio día salimos a visitar el complejo oeste, el grupo principal de los maravillosos templos de Khajuraho, la más excelsa representación del arte indo-ario y un himno pétreo a la sensualidad, al amor y a la pasión.
Fueron construidos hace mil años por la dinastia Chandela, del centro de India, cuando este lugar era llamado Vatsa. Esta dinastia se deleitaba con el arte prohibido y en las bellas y eróticas esculturas de piedra, plasmaron la esencia de la filosofía estética de India y del Kama Sutra, que nació en estas tierras.
Pero no hay que llevarse a equívocos, las representaciones del Kama Sutra son una minoría frente a la sobrecogedora abundancia de esculturas que, repitiendo un relativo pequeño número de modelos, muestran la música, las artes, la belleza, la sensualidad y sobre todo, las deidades del hinduismo. Los templos están dedicados a los dioses Brahma, Vishnu, Shiva, Lakshni, Devi, Surya, Kali, Parvati...

Al día siguiente por la mañana, el masajista del hotel me planteó volverme a masajear el tobillo, y tras pensármelo le dije que de acuerdo. Una vez finalizado me aconsejó que para que la lesión se curara, yo mismo debía masajearme con una pomada ayurvédica y de forma suave una vez al día, y en quince días la lesión habría desaparecido. Luego me compré un set para prepararme mis propios desayunos en la habitación: una pequeña y cutre resistencia de 500w y un vaso metálico con tapa, total: 90 rupias. A partir de ahora me ahorraré un dinerillo porque calentaré agua para prepararme el café y comeré galletas o algo mejor, si es que lo encuentro...
Después alquilamos unas bicicletas para ir a visitar el resto de templos diseminados por los alrededores de Khajuraho. En seguida que nos pusimos en marcha se nos juntaron varios señores de la zona con sus bicicletas para acompañarnos, y no nos dejaron en paz hasta que les dijimos muy claro que no iban a sacar de nosotros ni una sola rupia.
El primer templo del día estaba muy bien conservado, pero el segundo estaba hecho trizas y es que, tras el paso de las hordas de afganos locos por India en el siglo XIII, la dinastía Chandela declinó y acabó  desapareciendo. El lugar fue abandonado y como es una zona pantanosa que había sido drenada, las aguas volvieron a su lugar y todo se cubrió de selva y de cocoteros. De los 85 templos originales solo quedaron en pié 22 cuando en el siglo XIX, un ingeniero del ejército británico, conducido por un paisano que le había hablado de los templos, descubrió con ojos anonadados la maravilla en piedra, y más ojiplático se quedó al ver ciertas escenas, a las que calificó de excesivas. Por aquel entonces el lugar ya no se llamaba Vatsa, sino Khajuraho: tierra de cocoteros.

En el templo ruinoso se nos juntó un chaval que nos dijo que unos kilómetros más adelante había otro templo, y aunque este no aparecía en el mapita que me había confeccionado, para allá que nos fuimos. Fue una bonita excursión hasta llegar a un pueblecito donde la gente nos recibió sonriente, pero el templo que allí había no era ni indo-ario ni tenía esculturas ni nada, era un templo a shiva moderno y vulgarzote, pero se ve que para nuestro acompañante tanto daba unos que otros.
De vuelta visitamos otro templo, este ya entero, pero vi que mis amigos no tenían muchas ganas de seguir viendo más, para ellos eran todos iguales. Para mi casi también, pero yo disfruto mucho con el arte (qué le vamos a hacer), así que continué solo y conseguí verlos todos justo antes de que se pusiera el sol.

Hablando por la noche con mis compañeros, nos habíamos quedado un poco decepcionados por los templos, pero no porque no fueran magníficos y espectaculares, sino porque como son llamados vulgarmente los templos del Kama Sutra, suponíamos que estaban plagados de estas escenas. Pero no, en muchos casos están algo escondidas y para encontrarlas hay que mirar con mucho detalle y sí, todas juntas son muchas, pero pocas en comparación con las miles de esculturas que tiene cada templo.
Como la dinastía Chandela desapareció bruscamente, no se sabe con certeza el significado de estas representaciones. Sin embargo, la explicación más plausible es que en este lugar se seguía el culto tántrico que pregona que la gratificación de los instintos básicos es una vía para trascender la perversión y la inmoralidad del mundo, y así alcanzar la iluminación. El disfrute físico, o bhoga, y el ejercicio espiritual, o yoga, son vistos como igualmente válidos en el objetivo del nirvana.
Pero otra explicación más mundana sería que el conjunto escultórico, en su totalidad, representaría el disfrute de todos los aspectos de la vida. Yo no sé.. decidid vosotros viendo el album de fotos.

Al día siguiente continué mi camino y esta vez ya solo. Mis amigos se quedaban un día más Khajuraho: Ellina se marcharía hacia Goa, donde no hace frío ni en invierno, y Kiam había encontrado a unos compatriotas y quería pasar el día con ellos.
Por la mañana temprano, en un día frío y tremendamente neblinoso, me dirigí a la estación de trenes para marchar hasta la ciudad de Jhansi y desde allí continuar hasta la cercana y monumental Orchha, escondida en un bosque y repleta de templos y palacios de los maharajas.


viernes, 21 de diciembre de 2012

Historias del buda en Bodhgaya

Desde Varanasi o Benarés, Ellina, Andreas y yo nos dirigimos a Bodhgaya, el lugar donde Siddharta Gautama alcanzó la iluminación sentadito bajo un árbol. El otro amigo del grupo meditativo, Kiam, se quedó algunos días más en Varanasi para seguir aprendiendo a tocar el djembé.
Nada más salir del tren en Gaya cogimos un tuk-tuk junto con Joan (un gerundés que se conocía la india muy bien) para llegar hasta la cercana Bodhgaya. En el camino, entre saltos y mucho polvo, le comenté que no sabía qué lugares visitar en India y él me fue recomendando algunos. Como mi cerebro no tiene la capacidad de memorizar cada palabra que recibe, le dije que me lo tenía que apuntar y me constestó que seguro que nos encontraríamos más veces y que me haría una lista.
Ya en Bodhgaya Joan se fue para un hotelito y nosostros nos fuimos a buscar un monasterio donde nos hospedaran y nos alimentaran a precio de ganga. Pero la tarea no resultó nada fácil, en estos días se estaba celebrando un festival de canto de monjes budistas de todo el orbe asiático y estaba casi todo lleno. Pudimos encontrar sitio en el International Meditation Centre, un lugar regido por los budistas de Bangladesh. El monje jefe nos asignó a los tres una habitación patética, llena de mosquitos, con humedades en las paredes y unas camas lamentables con sábanas mugrientas y llenas de lamparones, pelambreras y tierra. Además a mi me tocó un camastro que no tenía colchón, sino unas jarapas sobre los tablones de madera. El baño daba asco, allí vivía otro gran enjambre de mosquitos y de la ducha solo salía un hilillo de agua.
Andreas me prestó su piel de oveja para amortiguar la dureza del camastro y como afortunadamente, llevo una red antimosquitos y antes de dormir me lavé con un cubo de agua bien fría, al final resultó que no dormí tan mal.

A la mañana siguiente declaré mi intención de no permanecer en ese lugar tan apestoso ni un minuto más. Ellina estuvo de acuerdo, y Andreas casi también, aunque decía que el lugar le transmitía buenas sensaciones (¿!!!!!?)
Después visité el centro concienzudamente y allí había un edificio aparte para los cursos de Vipassana donde las habitaciones eran decentes. Después de meditar en el salón del dhamma fuimos a ver al monje jefe, todo azafranado, a preguntarle si nos podía cambiar al otro edificio, que estaba vacío, o si no nos íbamos. Nos contestó que no nos podía dar alojamiento en el estupendo, limpio y desinfectado edificio, pero que nos podría cambiar a una habitación de la planta superior de donde estábamos. Así que nos marchamos y nos alojamos en una posada limpia y con una población de mosquitos bajo control.
Tras estos incidentes nos fuimos a visitar Mahabodhi Mahavihara, el lugar donde hace 2.500 años, día arriba, día abajo, el buda alcanzó la iluminación sentadito bajo un espléndido arbol del género Ficus Religiosa. Lo hicimos junto con una monjita de Calcuta a la que ni yo ni nadie entendíamos, y con la que cualquier conversación se parecía al diálogo habitual entre los besugos, o pagellus bogaraveo.
En la entrada del complejo me encontré con Joan y me senté con él a charlar y para que me escribiera la ruta de lo más extraordinario de India y así, además, no tener que estar mucho con la monjita ininteligible.

Terminada la larga conversación entré en el recinto sagrado. Actualmente en el lugar hay un árbol con el mismo ADN que el original de la iluminación. Resulta que años después de la muerte del buda, alguien sacó un esqueje y lo llevó a Ceilán. Con el paso de los siglos un rey de la zona mandó cortar el árbol pero cuando tiempo después se volvió a añorar el original, se trajo de Ceilán un esqueje del árbol que en su día fue un esqueje.
Detrás del árbol se alza una enorme estupa piramidal de manufactura algo vulgar. En su interior hay una pequeña sala con la estatua de un buda donde la gente se postra, confundida, como si de un dios se tratara.
El templo de Bodhgaya estaba estos días de lo más animado porque como escribía antes, había un festival de canto de monjes budistas. En las explanadas escalonadas de alrededor del templo y árbol había numerosas carpas llenas de monjes y monjas, ninguno con melenas, y todos bermellones, naranjuelos, azafranados o alimonados. El espectáculo era de lo más llamativo y colorido aunque a veces, los cantos eran tan chirriantes que lejos de elevarte al nirvana parecía que te querían mandar al submundo de los rechinos.
Enseguida Ellina y Andreas se situaron bajo el árbol a meditar pero yo no pude: estaba excitadísimo con la jauría humana y me puse a pasear saludando al personal, jugando con los pequeños monjes y, en fin, disfrutando con el exotismo del lugar.
Para terminar la jornada Andreas y yo nos fuimos a la carpa de los monjes tibetanos a escuchar los mantras roncos del lama y la música de trompetazos y tamborazos destinada a espantar a los malos espíritus (pero nosotros resistimos). Al final del día Andreas tenía tal cara de felicidad que parecía que estaba iluminado. El buen tipo no anda lejos.

Al día siguiente me volví a encontrar con Joan que nos propuso ir todos juntos a hacer una excursión por los alrededores para visitar los lugares por donde habitó Siddharta Gautama antes de sentarse definitivamente bajo el árbol.
Contratamos a un taxista pendenciero como todos y nos dirigimos en primer lugar a unas cuevas donde el señor buda estuvo meditando y sufriendo por largo tiempo hasta quedar extenuado y al borde de la muerte. Las cuevas, a los pies de una montaña, están protegidas por un monasterio tibetano y en sus cuestas y arboledas habitan una gran cantidad de gente mísera que vive de la caridad, y unos grandes y bellos simios de apareciencia afable y elegante pero realmente primitivos, violentos y maleducados que me recordaron a nuestros empresarios, políticos y banqueros.
Después nos fuimos a visitar un templete junto a un riachuelo donde el buda, antes de serlo, cayó desmayado. La historia es como sigue:

Siddharta Gautama había tenido cuatro maestros que le habían ido dictando el camino a seguir para la iluminación. Al comienzo de su aprendizaje todas las pruebas las superaba con facilidad, pero había un punto donde no podía avanzar más. Por ello decidió retirarse a meditar en soledad a las cuevas, siguiendo con gran ascetismo enormes sacrificios físicos como no alimentarse y meditar hasta la extenuación. Aún así no conseguía avanzar en su camino. Cuando ya no pudo más, tambaleante y moribundo se puso en pié y caminó cuesta abajo camino del río (que por cierto quedaba bastante lejos). Cuando por fin llegó a su orilla cayó desmayado y allí habría muerto si no fuera porque una pastorilla le ofreció algo de leche y frutas. Esto le recobró y en ese momento pasó por el río una barca donde iba un profesor de música y su alumna. El profesor portaba una cítara y le explicaba que para afinar correctamente el instrumento, las cuerdas no se debían dejar demasiado flojas pues la cítara no sonaría, ni tampoco tensarlas en exceso pues el instrumento se rompería y quedaría inservible.
Esto le dio a Gautama la idea del camino del medio. Sin la actitud ni el esfuerzo necesario no se pueden llevar a cabo las metas propuestas, pero si se excede en su aplicación el cuerpo no resistirá y tampoco se podrán alcanzar.
Con esta idea en la cabeza, Gautama se marchó a lo que después fue Bodhgaya, eligió un cómodo y sombreado árbol, y bien bebido y comido, y con la amorosa presencia a ratos de una novieta, se puso todo contento a meditar y en nueve días alcanzó la iluminación.
El buda estaba tan feliz que enseguida se fue a visitar a sus maestros para contarles la buena nueva. Estos vivían sufriendo penalidades en un bosque y cuando vieron llegar al buda decidieron ignorarlo porque se habían enterado que ya no practicaba el ascetismo extremo, se le veía sanote y además tenía una chavala. Sin embargo, según llegaba, su alma relucía tanto que los maestros no podían dejar de mirarle y asombrarse por un no-se-qué que desprendía. El buda les saludó ardorosamente y les contó qué tal le había ido en los últimos tiempos. Los maestros quedaron convencidos y prendados por la presencia del iluminado y se convirtieron en discípulos suyos.

Además del gran complejo Mahabodhi Mahavihara o templo de Bodhgaya, en el pueblo hay monasterios y templos de todas las naciones y ramas budistas. También está lleno de turistas, hotelitos, restaurantes, tiendas, puestos de artesanías, lisiados y mutilados, niñós que piden por las calles, vacas, perros, ruido, basura, taxistas, suciedad, contaminación. En India todo convive.
Antes de abandonar Bodhgaya visité un gran buda pétreo de fabricación japonesa, impresionante, también el templo zen donde medité unos minutillos junto con otros extranjeros, y el templo de bhutan con verdes paredes abarrotadas de pequeñas esclturas con pasajes de la vida de buda y donde un monje nos ofreció un pequeño concierto de platos de chapa.
El siguiente destino era Khajuraho y sus impresionantes templos llenos de sensuales esculturas. Íbamos a seguir camino Ellina y yo pues Andreas se había quedado prendado con el International Meditation Centre de Bangladesh e iba a hacer otro curso de Vipassana, seguramente de 5 días.
Me despedí del bueno de Joan que aún seguiría unos días más en Bodhgaya y al que igual me lo vuelvo a encontrar en el futuro en las ignotas tierras de Birmania.

Y aquí va el pequeño album de fotos de BODHGAYA.

Saludos y buen fin de los tiempos.

PD: Y esta es la ruta que seguramente seguiré en India (si es que el mundo no se termina de sopetón), aunque me dejaré llevar por el momento e igual termino en cualquier otro lugar. Gracias Joan:

VARANASI --> BODHGAYA --> KAJURAHO --> ORCHHA --> BUNDI --> PUSHKAR --> JHODPUR --> JAISALMER --> RANAKPUR --> KUMBALGARTH --> UDAIPUR --> BHUJ --> BOMBAI --> AGONDA --> BENAULIM --> MARGAO  --> MYSORE --> GOKARNA --> HAMPI --> PONDICHERRY --> AUROVILLE --> CHENNAI.... casi nada (ahora voy por Bundi)



martes, 18 de diciembre de 2012

Una semana en Varanasi

Tras cruzar la frontera de Sunauli, entre Nepal e India, marché directamente a Varanasi acompañado de tres amigos del duro curso de meditación: Ellina, Andreas y Kiam.
En Varanasi me alojé en el Lord Vishnu Guesthouse por 200 rupias al día, un lugar tranquilo con gente acogedora y una terraza desde donde se podía admirar el río Ganges (ahora con caudal bajo por ser época seca), a las familias de monos corretear de tejado en tejado, a un chaval cuidando a sus palomas en la terraza de la casa de al lado, un patio lleno de búfalos y a un montón de gente subida a los tejados jugando con sus cometas.
La sagrada Varanasi es un lugar donde merece la pena regresar y por eso, y porque me cogía de camino, volví a esta ciudad de calles estrechas y abarrotadas de gente pintoresca, tiendecitas, perros, vacas y mucha mierda.
El primer día de estancia estuve en un concierto de musica clásica india, con tabla y sitar y luego hubo danza clásica con una mujer bellamente vestida y acompañada por la tabla y un cantante que tocaba el harmonium.
También visité el ghat Mani Marnika donde se quema a los muertos. Esta vez no tuve ningún tipo de problema, por allí no estaba mi amigo Perro Rabioso, y lo cierto es que no intenté hacer ninguna fotografía.
Comí abundantemente y muy barato, un thali (un plato de zafarrancho lleno de arroz, pan chapati, patatas cocidas, verduras y salsas, todo bastante picantillo) que se podía rellenar hasta la saciedad, costaba 35 rupias. También me tomé algunos deliciosos lassis (batidos indios) en el estupendo Blue Lassi y algunos dulces-ultradulces típicos de India. Quizás por esto, quizás porque bebí agua de las jarras en las que beben los indios, o también porque además me entró una alergia tremebunda por la enorme cantidad de microscópicos ácaros flotando en el ambiente, un día me puse malísimo-malísimo. Me desperté por la noche y tuve que correr al baño, batiendo la plusmarca mundial de desagüe anal, desbancando al mítico Camilo J. Cela. Además el drama fue aún mayor porque el retrete era del tipo asiático (de a-pulso) y estar ahí moribundo no es la mejor de las situaciones imaginables. Este incidente me dejó tan debilitado que ese día apenas pude caminar, me había quedado sin fuerzas, y me pasé casi todo el tiempo dormitando, helado de frío y tembloroso, metido en mi saco de dormir. Pero hice uso de mi arsenal médico y al día siguiente, aunque débil, ya me encontré muy recuperado. El tercer día amanecí perfectamente.
Yo no fui el único que cayó enfermo por mis malas prácticas alimentarias, todos mis compañeros también estuvieron pachuchis, y eso que a ellos no se les ocurrió beber el agua.
El día que ya estaba recuperado fui con Andreas y Kiam a una clase de percusión con djembé. Kiam quería aprender a tocar el instrumento y aquí los vendían y daban clases a razón de 100 rupias la hora. Fue divertido pero no se me dio muy bien, mis amigos ya sabían tocar un poco y yo me perdía al seguirles... creo que se me habría dado mucho mejor estando solo.
Otra de las actividades clásicas para hacer en Varanasi es acudir a la ceremonia de la tarde junto al río, donde se congrega una multitud de personas para observar la ofrenda al río por parte de cinco ofrendantes y unos músicos que hacen las delicias del personal, palmas incluidas.
Varanasi es una ciudad con más de cincomil años de antigüedad y aquí vienen a morir muchos hindúes porque la tradición dice que de esta forma se libran del ciclo de reencarnaciones y por ello de tener que soportar a tanto gilipollas que vaga por el mundo. El río es purificador para las almas aunque su grado de contaminación es extremo, sobre todo por las industrias químicas río arriba que no dudan en arrojar a su caudal los desechos de su actividad. Aún así, la gente se lava el cuerpo, los dientes y la ropa. Una chica del hotelito nos contó que hacía unos días un chico inglés, de unos 20 años, que estaba visitando la ciudad no se le ocurrió otra cosa que darse un baño en el Ganges. Se quitó la ropa, salvo el taparrabos, y de un saltó se zambulló. Justo al entrar al agua sufrió un shock y murió al instante. Su cuerpo permaneció muchas horas junto a la orilla porque el río está repleto de ellos (el que no tiene dinero para pagarse la madera de la cremación es arrrojado directamente sin ser chamuscado). La chica que nos lo contaba vio el cuerpo y quedó conmocionada. Yo llegué a la conclusión de que el alma de este chico debió ser la de un hindú que por error reencarnó en Inglaterra y tan pronto como pudo, reunió dinero y se marcho a Benarés a enmendar su error, y ya de paso a dejar de lado el ciclo de reencarnaciones y no tener que soportar a tanto... que vaga por el mundo.
Una cosa que no hice en la ocasión anterior fue coger una barca para recorrer el río, pero esta vez sí. Nos levantamos a las cinco de la mañana para ver el amanecer, aunque no nos cundió mucho en nuestra travesía porque el bueno de Andreas quiso probar qué es eso de ser remero y estuvimos dando vueltas sobre nosotros mismos durante un buen rato. La verdad es que esa mañana hacía bastante frío, así que desembarcamos en la arena de la otra orilla y nos fuimos a tomar un té en un tenderete rodeado de basura.
Otro día fui con Andreas hasta la cercana Sarnath, la población donde el Buda, tras alcanzar la iluminación, dio su primera charla a las masas hábidas de saber qué le pasaba que se le veía tan contento y tan bien. El lugar fue arrasado por los compasivos y simpáticos musulmanes siglos atrás, pero aún así quedó en pie una enorme estupa con forma de campana.
Al ser Varanasi un lugar santo está lleno de Babas, o Sadhus, o santones. Son ascetas que han renunciado a los valores materiales, alejándose de la sociedad para meditar y lograr la iluminación. Viven de la caridad ajena, visten de color azafrán, se pintan la frente con ceniza de colores y muchos de ellos no se cortan ni la melena ni las barbas. A pesar de su supuesto misticismo, corren detrás de cada turista para que se les fotografie y se les den unas rupias. Yo intenté hablar con uno de ellos sentado en uno de los ghats (escalinatas que dan acceso al río). El tipo tenía cara de simpático y me recordaba en sus rasgos a Groucho Marx (es el santón que aparece en una de las fotos del album de Varanasi: !ENLACE!). Le saludé y le pregunté que porqué era un baba, y me dijo con voz cantarina y ojos alocados que era un baba porque tenía carnet de baba, me lo enseñó y se puso a cantar. Le volví a preguntar y me respondío que era un baba porque era un baba y siguió cantando y dando palmas mientras los ojos vagaban por el universo. No se cómo se desenvuelven otros babas, pero la conversación con este era complentamente imposible, así que me quedé con las ganas de saber algo sobre esta gente.
Resulta que estos personajes son intocables en India por su calidad de casi santos, son respetados y hasta temidos y no pueden ser juzgados ni encarcelados. Por ello, muchos delincuentes y criminales, cuando empiezan a temer que van a ser acorralados por sus actividades, abandonan su lugar de residencia y su identidad y se hacen pasar por babas, y es por eso que ahora existe el carnet acreditativo.

Y tras siete días de estancia en la fabulosa y pestilente Varanasi, acosado por la alergia y el asma, y tras leerme un librito sobre la meditación Vipassana y actualizar mi diario (ya que en el curso no se podía escribir, entre otras muchas cosas) me puse en camino a la cercana Bodhgaya (cercana pero a la que se tarda todo un día en llegar), el lugar donde el buda alcanzó la iluminación bajo un árbol. Historieta que contaré el próximo día que encuentre un cibercafé en condiciones (cosa cada día más difícil).

PD: Por cierto, me encuentro en un lugar perdido de India, esperando que salga mi próximo tren camino del Rajasthan. Esta mañana he dejado un lugar fantástico y sagrado llamado Orchha, con palacios de maharajas, templos enormes, todo roto o casi roto, un caudaloso río, un bosque y muchos sadhus. Y antes de Orchha estuve en Kajuraho, con uno de los grupos templos y esculturas más esquisitas del mundo.



lunes, 10 de diciembre de 2012

Meditar en Lumbini

Me encuentro en Bodhgaya, tras pasar una semana en Benarés donde viví grandes aventuras y caí enfermo y me volví a recuperar como si nada. Pero antes de todo eso, hay que contar historias meditativas.

Tras dejar Kathmandu me dirigí a Lumbini, en el sur de Nepal, junto a la frontera con India.
En este lugar nació hace 2.500 años Siddharta Guatama, el buda. Las ruinas de su palacio fueron redescubiertas hace algo menos de medio siglo gracias a unas excavaciones arqueológicas que sacaron a la luz unas inscripciones esculpidas en un pilar y que indicaban el lugar exacto del nacimiento. A partir del descubrimiento las naciones budistas del mundo fueron invitadas por Nepal y la ONU a construir allí sus templos y monasterios.
En Lumbini pueblo alquilé una superincómoda bicicleta y visité el lugar que exhala tranquilidad y espiritualidad por un lado, y por otro algo de fealdad y cutrez. El Lumbini complejo espiritual es mitad parque, mitad solar. Es una zona algo pantanosa y boscosa y está plagada de mosquitos, está a medio construir y algunos de los edificios son como cutres.

El día 18 de noviembre me dirigí al centro de Vipassana, que estaba situado en el peor lugar posible de Lumbini: justo a su principio, junto a la parada de autobuses, taxis y motocicletas y anexo a un gran y ultrarruidoso motor para generar electricidad. Además, el centro es de arquitectura cochambrosa de ladrillo y cemento. Menos mal que tiene un estanque con lotos, zona ajardinada, arbolitos, cuervos y murciélagos gigantes.

Fue muy duro, pero conseguí soportar los diez (realmente once) días del curso de meditación. Estuve a punto de abandonarlo, me faltó un poquito de nada, pero aguanté. ¿Qué es más duro, ir y volver del Everest en 25 días de largo caminar o estar 10 días sentado en el suelo intentando no moverte y pensando en nada? Para mi, sin duda, la meditación. Vereis porqué.

Vipassana significa en la lengua pali, la que se hablaba en India hace 2.500 años, ver las cosas tal como son. Esta técnica de meditación fue desarrollada por Siddharta Gautama, el Buda y fue la que le permitió, tras años de silenciosa y dura meditación, alcanzar la iluminación, o nirvana, la sabiduría suprema, el desapego a todas las miserias del mundo, y por ello conseguir romper la cadena de reencarnaciones.
La meditación consiste en observar el propio cuerpo de forma sistemática e incansable. Y es esto, y solo esto, lo que el Buda enseñó a sus discipulos. Así que el buda no enseñó ninguna religión, ningún rito, ninguna creencia, dogma o idea fuera de la de obsérvate a ti mismo y se ecuánime y un poquito sensible e inteligente.
(Por cierto y para quien no lo sepa, un buda no es un dios, es una persona que ha alcanzado la iluminación, así que un templo con cientos o miles de budas no representan uno o centenares o miles de dioses, sino a aquellas personas que han alcanzado la iluminación. El budismo es ateo, no tiene dios o dioses, aunque claro,... la iconografía resulta engañosa).

La meditación se basa en tres principios: impermanencia, eliminación del sufrimiento y eliminación del ego, pero el principio fundamental es el de la impermanencia, que el meditante debe experimentar siempre: todo cambia constantemente, nada es permanente, nada es para siempre. Pero para poder entender la impermanencia hay que seguir de forma estricta y diligente las virtudes de la moral, la concentración y la sabiduria.

El curso es una entrada por la puerta grande de la meditación. Quizás quien haya intentado meditar, le haya dedicado media hora hace dos meses, veinte minutos la semana pasada y ayer solo un cuarto de hora porque llamaron por teléfono. Aquí la cosa va en serio. Al llegar al curso hay que dejar en una consigna todos aquellos objetos que puedan desviar la atención: ordenador, cámara, teléfono, libros, cuadernos, bolígrafos, lapiceros de colores. Durante los diez días que dura el curso no se puede hablar con nadie, tan solo si hay alguna duda, con el profesor. Tampoco se puede mirar a nadie a los ojos, hay que actuar como si se estuviera solo.
El horario es muy esclarecedor: la campana sonaba a las cuatro de la madrugada para estar en la sala de meditación a las cuatro y veinte, y nos daban las buenas noches a las nueve. En todas estas horas había una hora y media para desayunar y descansar a las seis y media de la mañana, dos horas para almorzar y descansar a las once de la mañana, y una hora para merender/cenar a las cinco de la tarde. Durante la jornada lo normal era parar cinco minutos cada hora para estirar un poco los doloridos cuerpos, pero había tramos de una hora y media o de dos horas seguidas de meditación.
La comida no era muy variada, todos los días se almorzaba y cenaba lo mismo, el desayuno iba cambiando, pero cada día era peor... un cuenquecito de lentejas picantes para desayunar no es lo que más me suele apetecer, pero en fin, aquello era exactamente una prisión meditativa.
El primer día de meditación había que concentrar toda la atención en la respiración, todo pensamiento debía ser eliminado para centrarse tan solo en el proceso respiratorio. El segundo día se afinaba un poco más y había que concentrarse tan solo en las sensaciones de la respiración en el área de entre el labio superior y la nariz, sintiendo el aire pasar. El tercero la concentración debía centrarse tan solo en la sensación del paso del aire por el borde de los orificios de la nariz. Este proceso de afinación va dirigido a sensibilizar cada vez más la mente con las sensaciones sutiles del cuerpo porque el cuarto día comenzaba la autentica técnica Vipassana: había que ir recorriendo con la mente de forma concentrada e incansable cada punto de la superficie del cuerpo, desde la cabeza a los pies. No había que dejarse nada fuera y había que sentir cualquier sensación  por leve que fuera: calor, frío, tensión, temblor, agitación, roce... Cuando se llegaba a una parte del cuerpo donde se tenía una clara sensación se pasaba rápido a otra parte, pero si no se sentía nada, había que mantener la concentración hasta dos minutos. Las sensaciones había que observarlas con total ecuanimidad, sin involucrarse con ellas, fueran agradables o desagradables. Si surgía una sensación en otro lugar del cuerpo, normalmente un dolor o un picor, no había que atenderlo hasta que le llegara su turno. Si cuando se llegara a ese lugar persistía la sensación, se observaba, si había desaparecido, pues adios muy buenas.
A partir del cuarto día además había que estar totalmente inmóvil, como una estatua, una hora tres veces al día, para profundizar aún más en la meditación y para fortalecer la voluntad.
En los días sucesivos se iba refinando la técnica de meditación. Al principio se iba observando cada zona del cuerpo por partes, pero luego, si era posible, se debía hacer de forma continuada, como un barrido ininterrumpido por todo él: cabeza, cara, hombro, brazo y mano derecha, hombro, brazo y mano izquierda, cuello, pecho, abdomen y gitanales, nuca, espalda y bullarengue, pierna y pié derecho, pierna y pié izquierdo.
Más tarde la técnica continuaba haciendo el barrido mental de arriba a abajo y luego de abajo a arriba, sin saltarse ninguna parte del cuerpo. Después había que meditar en las dos mitades del cuerpo de forma simétrica, de arriba a abajo y de abajo a arriba.

Para meditantes avanzados la técnica seguiría examinando el interior del cuerpo, cada órgano, cada parte, cada milímetro cúbico, hasta poder explorar el cuerpo en su totalidad. Siddharta Gautama llegó a profundizar más allá de los átomos y dijo que el universo está formado por unas partículas ultraminúsculas llamadas kalapas, que a su vez forman las partículas subatómicas. Estos kalapas son la agregación de las características de la materia, y tan pronto se forman, desaparecen, un trillón de cambios de los kalapas son el parpadeo de un ojo, y como es que los kalapas cambian a cada instante, los átomos cambian a cada instante, toda la materia está en proceso continuo de cambio, la vida, el universo, todo cambia constantemente desde su más profundo origen. Por ello nosotros, tras un instante, ya somos otros, el ego, el apego no tiene sentido, todo cambia sin parar, lo que en un momento o bajo unas circunstancias nos resulta agradable, después nos puede paracer indeseable.

Se alcanza la sabiduría examinando el propio cuerpo porque todo lo que sabemos del universo, de los demás, todo, es porque pasa por nuestras sensaciones. Cuando tenemos un anhelo, un problema, una tensión, un recuerdo, cualquier sensación, provoca inmediatamente un cambio en nuestra respiración y nos provoca una reacción en nuestro cuerpo. Así, observando incansablemente nuestras reacciones, de forma ecuánime y dándonos cuenta que todo cambia, vamos desactivando nuestro problemas, nuestras tensiones, vamos ganando en tranquilidad, en equilibrio, en inteligencia porque la observación de cada reacción de nuestro cuerpo es la anulación de una atadura, de un problema, de una miseria.

A estas alturas de la narración pensaréis que yo ya debo estar camino del nirvana. Pues no amigos, estoy más o menos donde estaba, aunque algo más dolorido.
Según llegué el primer día a la sala de meditación y me senté cruzando las piernas sentí un agudo dolor en mi tobillo derecho. Me había hecho un esguince el penúltimo día de excursión al Everest y había seguido caminando; luego continué de excursión por las regiones de Helambu y de Langtang y no paré hasta que llegué al curso de Vipassana. En Kathmandu fui a un spa para que me masajearan el tobillo, pero solo me lo acariciaron.
Así, con el esguince todavía en mi tobillo, el estar con las piernas cruzadas me resultaba de lo más doloroso y solo aguantaba unos diez minutos antes de tener que cambiar. Sucede que esta posición de meditación, para aquel que está acostumbrado, como le sucede a la mayoría de los habitantes de Asia, es la postura más cómoda, y todas las demás son peores. Si para mi poco flexible cuerpo el estar así sentado ya era todo un reto, imaginad con el esguince. Y cada postura alternativa que intentaba era menos dolorosa, pero más incómoda y peor para la salud de mi cuerpo. Así, según fueron pasando los días me iba acostumbrando más a la posición de meditación y el tobillo me iba doliendo menos, pero a la vez la espalda me iba doliendo más.
Lo peor llegó cuando a partir del cuarto día había que estar una hora sin moverse... yo que apenas aguantaba diez minutos... La primera vez aguanté la hora entera pero con grandes dolores de póm-pís y de espalda: no lo hice en posición de meditación (imposible) sino sentado agarrándome con los brazos las rodillas. Pero por la tarde y al anochecer ya fue imposible por lo dolorido que tenía el cuerpo. Al día siguiente, al intentar de nuevo no moverme durante una hora en una posición muy incómoda, me acabé contracturando la espalda, uno de los músculos saltaba tanto que parecía que se quería volver a casa volando. Así que al día siguiente y entre grandes dolores de espalda, de articulaciones, de tobillo, de bulla y de todo, pensé que abandonaba el curso: llevaba un día entero sin meditar ni un segundo atormentado con los dolores. Le dije al profesor si por favor, me podía apoyar en la pared, pero al principio no me entendió y luego me dijo que mejor lo dejara para el día siguiente.
Pero entonces, en cada descansito, empecé a hacer ejercicios de yoga centrados en la espalda y esta dejó de dolerme tanto y pude aguantar hasta el final del curso, aunque seguí moviéndome más que un rabo de lagartija.
Con tantos dolores e incomodidades mi meditación no fue muy.... profunda. Hablando con otros compañeros al finalizar el curso, casi todos ellos las pasaron canutas, pero yo debí de ser el más dolorido y menos aplicado de los alumnos. Aunque sí que conseguí meditar a trompicones, primero en la respiración y luego en el cuerpo, la mayor parte del tiempo la pasé con la mente flotando en los mundos de yupi o pensando en cambiarme de posición para evitar los dolores que iban apareciendo por buena parte de mi cuerpo. Y creo que si pude meditar en mi cuerpo un poquito fue porque lo tenía tan dolorido que era muy fácil sentirlo.
Llegué a la conclusión de que si el buda hubiera nacido en España habría hecho la meditación en un sofá, en una tumbona o al menos, en un taburete de mimbre.
Cada día, además de la meditación, nos ponían un video del profesor Goenka, un hindú nacido en Birmania, y que es el señor que ha vuelto a difundir la técnica Vipassana, que había quedado recluida en un par de monasterios birmanos mientras en los últimos 2.000 años el budismo evolucionaba desde una técnica de meditación a un sistema religioso, perdiendo su efectividad para alcanzar la iluminación. Cada tarde se nos explicaba cómo debía ser la técnica de meditación para el día siguiente y nos contaban distintos detalles de la forma de vida que implica el Vipassana. También en muchas fases de la meditación se acababa con una grabación sonora del profesor Goenka recitando o cantando en pali las enseñanzas del buda. El señor Goenka, que en sus discursos era muy gracioso, cuando cantaba lo había tan mal que a mi me ponía los pelos como escarpias. Lo peor era de seis a seis y media de la mañana, más de media hora de cantos de voz ronca y entrecortada que parecia que nunca iban a acabar. Creo que a este señor nunca nadie le dijo lo mal que cantaba (como me lo encuentre yo un día, se va a enterar).

Y así pasaron los once días de meditación. El último ya se podía volver a hablar con los compañeros. Al principio me daba pereza abrir la boca pero desde que lo hice no paré de hablar, estaba desbocado. Resultó que había en el curso dos barceloneses, un chileno y un italiano que sabía castellano y estuvimos charlando de forma desenfrenada.

Tras abandonar el curso de Vipassana aún me quise quedar un día más para terminar de visitar la extravagante tierra de Lumbini y para pasar la noche me fui al monasterio coreano, un lugar horripilante de cemento donde daban alojamiento y tres comidas al día por tres euros. Allí me alojaron compartiendo habitación con dos compañeros del curso, uno alemán y otro francés y los tres nos queríamos dirigir al día siguiente a Benarés.
A pesar de lo horripilante del monasterio coreano, las ceremonias del anochecer y del amanecer, con los monjes cantando guán-chín-chún-tán-guán-chuán o así, y tocando una campanaca y luego un cuenco de madera, y el templo solo iluminado por velitas de grasa, era algo impresionante.
Así que para no perder la práctica, a la mañana siguiente me levanté a las cuatro y media de la mañana para ver la ceremonia, luego meditar una horita de nada y finalmente desayunar arroz con arroz, más un poquito de té.

Tras esto, recogí mis pertenencias y con mis dos amigos y otra chica, también del curso de meditación, nos fuimos camino de la frontera de India dirección a la sagrada Benarés. Historia que contaré en otro capítulo, que se me acaban las letras por hoy.

Y para que no todo resulte palabrería, aquí van unos FOTACOS.


PD: Ir al curso de Vipassana y luego no seguir meditando por el resto de tu vida no tiene sentido. La recomendación es hacerlo dos veces al día, una hora cada vez, a la mañana y a la tarde. Yo sigo meditando, pero lo sigo haciendo igual de mal.

sábado, 1 de diciembre de 2012

La historia casi mágica del bastón de oración en los himalayas

Cuando estuve la primera vez en Nepal, en la Media Vuelta al Globo, hice el trekking de los Annapurnas. Para ello me había llevado desde Madrid un estupendo y nuevo bastón de aluminio para ayudarme a caminar. Después de haberlo transportado dentro de mi mochila durante dos meses por toda Europa, Siberia, Mongolia, China, Tibet y parte de Nepal, el segundo día de caminata, en un pequeño descanso, se me olvidó recogerlo y cuando a los pocos minutos me di cuenta, di la vuelta para recuperarlo pero ya se lo habían llevado porque en esos momentos había estado pasando mucha gente por el camino.
Sin embargo a las pocas horas de seguir mi trayecto, pasé por una zona de bambús y pensé que podía cortar un tronquito y utilizarlo como bastón. Dicho y hecho, el bastón resultó ser estupendo: cómodo, ligero, resistente y flexible. Al día siguiente, al pasar por una aldea budista, desde donde ya se veían los Annapurnas, un lugar maravilloso que rememoraba al mítico Shangri La, encontré unas banderas de oración viejas a los pies de una estupa rodeada de pequeños cauces de agua. Cogí las banderitas que parecían estaban mejor y las até a la parte superior del bastón. Así, seguí caminando todos los Annapurnas con mi bastón de oración.
Además de su buena función práctica, el bastón resultó de gran éxito de crítica y púbico, pues mucha gente se quedaba admirada por mi ingenio y me preguntaban qué era lo que me ayudaba a caminar.

Así, en esta ocasión de nuevo en los himalayas, dos años después, y para hacer los trekkings de Everest y de Langtang, no tuve dudas, quería hacerme de nuevo con un bastón de oración.
En el primer día de caminata hacia el Everest, lo primero que hice al encontrar un arbusto de bambu, junto a un riachuelo, fue seleccionar una ramita adecuada para convertirla en mi bastón. Un hombre que allí vivía me vió y con su machete vino a ayudarme cortando la rama correctamente. Dos días después, al pasar por una bella estupa con banderas de oración cerca del paso de Lamyura La, que da entrada a la región Sherpa, vi unas cuantas banderas en el suelo y cogí una de ellas. De nuevo tenía un bastón de oración para caminar por las montañas del Himalaya, y de nuevo fue un gran éxito de crítica y público. La gente me preguntaba qué era ese obtejto tan maravilloso que portaba, los niños se sorprendian y me cogían el bastón para jugar con él, y otros viajeros me reconocían por ser el montañero del bastón de oración. Hasta alguno me hizo fotos por ser yo un recuerdo de sus andanzas por el himalaya.
Después del Everest vino el trekking de Langtang y seguí con el bastón de oración, que a estas alturas estaba ya muy modificado: le había puesto un tacón de caucho que me encontré abandonado el día que vi que debía ponerle uno por estar ya muy desgastado de tanto caminar; llevaba algunas cuerdecitas atadas en la parte baja porque del uso se había ido abriendo la madera. También llevaba celofán de una vez que resbalé y caí encima, tronchándolo.
Pero la cosa era, ¿qué hacer con el bastón cuando terminara mis aventuras montañeras?. Rápidamente encontré la solución. En las afueras de Kathmandu hay un monasterio budista, el de Kopan (precisamente el monasterio del lama español, Osel Hita, nacido en las Alpujarras), que yo quería visitar, así que pensé que podría ir hasta allí caminando desde la estupa de Boudanath y dejarlo en el monasterio a los piés del buda, como ofrenda.
Un día estando en Kathmandu decidí ir al monasterio de Kopan desde Boundanath, y no fui solo, fui con una chica alemana con la que había coincidido varias veces en el trekking de Langtang y a la que había contado lo que quería hacer. Ese día era fiesta nacional en Nepal y la gente cantaba y bailaba por las calles vestidos con sus mejores galas (las fotos de Kathmandu donde aparecen niñas bailando y luego la gran estupa de Boudhanath son de ese día).
Resultó que el monasterio de Kopan estaba mucho más lejos de lo que esperaba y la caminata fue larga y algo caótica porque no seguimos la ruta buena para llegar hasta allí y dimos muchos rodeos.
Cuando finalmente llegué al monasterio de Kopan resultó que estaba cerrado porque se estaba celebrando el curso de noviembre dirigido a formar a nuevos budistas. Yo estaba decidido a entrar y cuando llegó un coche abrieron las puertas e intenté colarme, pero el guarda me las cerró en mis narices mientras me empujaba para que no entrara.
Pensé en saltar la valla, pero tenía alambres de espinos, también pensé en lanzar el bastón al interior, pero me parecía un final un poco lamentable para tantas aventuras.
Así que abandoné las inmediaciones del monasterio de Kopan e iba caminando hacia la estupa de Boudanath cabizbajo apoyado en mi querido bastón y pensando qué hacer, cuando aparecieron dos sorprendidos niños que empezaron a señalarme el bastón para que se lo dejara. Como tantas veces había pasado, les di el bastón para que jugaran, lo cogieron y empezaron a saltar con él y a hacer cabriolas, y de repente echaron a correr y desaparecieron tras unos edificios. Me quedé perplejo, nunca unos niños habían intentado quedarse con el bastón, pero fue precisamente ese día, ese momento, cuando no pude dejarlo en el monasterio, en el que los niños me lo arrebataron. Comprendí que se había cumplido lo que pretendía, dejar el bastón allí, pero no como ofrenda al buda, sino mediante un hecho inesperado. Mi perplejidad la compartí con la chica alemana y le dije que bueno, había aparecido la solución a qué hacer con el bastón. Nos marchamos del lugar sin intentar buscar a los niños, ni tampoco estos hicieron por aparecer, y fui coprendiendo, lleno de alegría y sorpresa, que se había producido un hecho casi mágico.

FIN.