miércoles, 14 de noviembre de 2012

La excursión a Helambu y Langtang, en el norte de Nepal

Estoy de nuevo en Kathmandu, sano y salvo tras mi excursión por las tierras del Himalaya de Helambu y Langtang.
Este es el relato, que una vez más me ha vuelto a quedar un poco largo. Me cuesta ponerme a escribir, pero una vez en marcha, no puedo parar.

Resulta que el 30 de octubre, a las 7 de la mañana, cogí un rickshaw (o bicitaxi) para que me llevara a la estación de autobuses de largo recorrido, al norte de Kathmandu. Mi intención era dirigirme a Dunche o a Shyaphru Besi, junto a la frontera de Tibet, y comenzar desde ese lugar el trekking de Langtang & Helambu.

Pero cuando llegué ya estaban vendidos todos los billetes, así que me tenía que esperar hasta el día siguiente para hacer el viaje.
El bicitaxista se ofreció a devolverme a mi exhotel, pero yo preferí pagarle y despedirle para que no me estuviera dando la tabarra. Me senté un momento y me quedé reflexionando sobre qué hacer. Volví a la taquilla para asegurarme de que no había posibilidad de comprar ningún billete y el vendedor solo me dio la opción de viajar en el techo del autobús, pero no me lo recomendaba porque el viaje duraba casi 10 horas.
Tomé en cuenta la sugerencia y decidí, por una vez, comportarme como un ser casi racional. Saqué entonces mis anotaciones y pensé en la posibilidad de hacer el trekking al revés, empezando por el final, en Sundarajil, un pueblecito en el valle de Kathmandu, a la entrada del parque nacional de Shivapuri.
Pregunté por dónde coger un autobús que me llevara hasta allí, pero las informaciones que recibí fueron confusas. Finalmente me puse en la carretera y pregunté al primer autobús que paró. No entendí nada de lo que el chico me dijo tras quedarse un momento pensativo, pero finalmente me indicó que subiera.
Estuve viajando un largo rato alrededor de Kathmandu hasta que me hizo señas para que me bajara. En aquel momento un señor me hizo señas para que fuera a su minibús que partió al momento. Un rato después, y sin saber cómo, ya estaba en Sundarajil.

A las 9h30 comencé el trekking de Helambu & Langtang con una fuertísima subida siguiendo las canalizaciones que sacian la sed de Kathmandu. Y es que el parque de Shivapuri, montañoso y boscoso, al norte del valle, es el mayor suministro de agua de la capital.
En el parque además hay pueblecitos con tierras de cultivo, casi todas enclavadas en terrazas en las laderas de las montañas.
Cuando pasé por la segunda aldea, bajo un sol de justicia, paré para quitarme la rebequita y aproveché para hacer unas fotos a unas niñas que por allí jugaban. Una anciana aprovechó el momento y me mostró su pié malherido por si podría curarlo. Saqué mi botiquín y desinfecté y tapé la herida. Después me enseñó sus manos llenas de ronchas, pero ante eso ya no supe qué hacer, que no soy enfermero.
Este y todos los días del trekking de Helambu fueron básicamente cuesta arriba, y es que al comenzar desde el valle, iría cogiendo constantemente altura hasta llegar a los 5.000 metros del pico Tserko Ri, en la parte alta del valle de Langtang. Si hubiera hecho el camino recomendado por todas las guías y todos los señores de sentido común, habría empezado desde el alto Himalaya para ir descendiendo progresivamente hasta llegar al valle. Sin embargo, no maldigo mi suerte, pues el camino del montañero, como el de la vida misma, es el ir trepando progresivamente hasta llegar a observar el mundo desde las alturas, envuelto por un mar de nubes.
Terminé el primer día en la colina de Chisapani, la entrada al parque natural de Helambu y Langtang, y un mirador sobre el Himalaya en el que se veían en el horizonte buena parte de las altas montañas de Nepal, desde los Annapurnas al oeste, hasta el Everest al este.

Los tres días siguientes fui cogiendo y cogiendo altura, rodeado de bosques de rododendros al principio, para ir pasando a los de abetos. La ruta que seguía era el camino de los peregrinos al lago de Gusain Kund, un lugar sagrado para hinduistas y budistas, pues hasta aquel lugar llegó Shiva en el momento de la creación del mundo para beber el agua gélida del lago glaciar y con ello, aliviar el escozor que le produjo ingerir un veneno que le dejó con su característico color azul.
El sendero era agotador porque, en lugar de ir rodeando las montañas como suele ser habitual, lo hacía atravesándolas por su parte más alta, así que llegué a la conclusión de que se debía a que era un camino de peregrinación, y quizás de expiación.
Salvo una chica muy rubia que iba con un guía, y que cuando coincidíamos nunca me saludaba, todas las demás personas que me encontré por el camino venían en sentido contrario, y casi todas en grupo. Solo recuerdo con agrado a una pareja de señores australianos y budistas con los que paré en la vuelta de una pronunciada cuesta a charlar un rato sobre budismo y sobre literatura española del siglo de Oro. También fue estupendo encontrarme con otro montañero, alemán, con el que paré a charlar del Tibet y a recomendarle que visitara las tierras de Ladakh, uno de los lugares más extraordinarios y remotos del mundo. El alemán a su vez me recomendó que me quedara en un alomamiento muy humilde de Gusain Kund, llevado por una familia de tibetanos.

Bastante cansado, la tarde del cuarto día de excursión llegué al paso de Laurebina, de 4.610 metros y que daba entrada a la región del alto Himalaya, y desde donde se podían ver las altas cumbres heladas del valle de Langtang, fronterizo con Tibet.
Desde aquí comenzaba el descenso hasta Gusain Khund rodeado de lagos glaciares.
Al llegar al lago había un manantial con unos caños con forma de dragones, diversos elementos hindúes y decenas de banderas de oración. Más adelante estaba el templo dedicado a Shiva, y junto a este, vivía un sadhu, o santón, que permanecía inmóvil todo el tiempo. Según me comentaron en el hotelito, este señor había renunciado a hablar desde este verano, durante el último festival de Shiva. Cuando alguien pasaba por delante suyo, saludaba sacando y elevando de su andrajosa túnica, su mano derecha, impresionantemente larga, igual que las de algunos pantocratos románicos ¿Sería realmente así de alargada o era la impresión que me transmitió?
En el Tibet Hotel, el alojamiento más mísero del lago, lleno de rendijas, y donde mirando a través de los crujientes tablones del suelo se podían ver los cimientos, coincidí con una pareja de viajeros franceses y otra de montañeros italianos que me recomendaron los alojamientos para los siguientes días para poder convivir con las familias, pero pasando más penurias: sin luz, sin agua, con frío... cosas de aventureros locos.

Al día siguiente continué camino, ya cuesta abajo, y salí de la región de Helambu pasando por un collado de 4.165 metros donde se tenía un panorama impresionante de las montañas del alto Himalaya. Junto a un templete hindú y una estupa budista más baja, ambos repletos de banderas de oración, se podía observar, de oeste a este (o de izquierda a derecha), entre otras muchas montañas: Daulaghiri, Annapurna I, Machhapuchhre, Annapurnas III y II, Himal Chuli, Manaslu, Ganesh Himal, varios picos en terrenos de Tibet, Langtang Lirung y Shisha Pagma, casi todos estos picos superan los 7.000 y 8.000 metros de altura, ahí es nada.
Continué a buen ritmo cuesta abajo hasta llegar ese día a Thulo Shyaphru, una aldea donde me pude asear y lavar la ropa, e incluso podría haber cargado mis aparatitos si no fuera porque por la tarde se fue la luz de la aldea, y ya nunca volvió.

El sexto día de excursión me adentré en el valle de Langtang, que va de oeste a este. Es muy estrecho y está repleto de preciosos bosques y oradado por un tumultuoso río que fluye desde los glaciares de la parte alta.
Tal como me habían anunciado por el camino, el trekking de Langtang es ahora muy transitado por hordas de grupos de turistas-aventureros agrupados por agencias. Así, para evitar llegar a los asentamientos y encontrarme sin alojamiento, decidí cambiar el paso establecido y, en lugar de hacer el camino en tres días, hacerlo en dos, si es que las fuerzas me acompañaban (claro, de no haber habido hordas de turistas, también habría hecho la subida en dos días).
A todo esto, mi maltrecho tobillo, que me había retorcido el penúltimo día del trekking del Everest, me seguía doliendo cosa fina. Si bien por las mañanas comenzaba muy brioso y desenfadado, al cabo de unas horas llegaban los dolores, que a veces hasta se transformaban en calambres. Pero bueno, pude aguantar porque los masajes de la noche y algún que otro ibuprofeno y antiinflamatorio me relajaban los sufrimientos.
El camino hasta el alto Langtang me resultó algo decepcionante y es que, junto a los numerosos grupos de visitantes, había además un número desmesurado de alojamientos y teahouses que no cejaban de proponerme que me parara a descansar, a tomar un té, a comer, a comprar suvenires, a quedarme a dormir. Todos ellos son refugiados tibetanos, o sus descendientes, que huyeron de su cercano país por el amor desmesurado de los chinos invasores. Y todos ellos buscan al visitante, su principal o única fuente de ingresos. En todo el valle solo hay un pueblo real, Langtang villa, el resto de lugares son alojamientos para los turistas.
De Langtang villa huí como de la peste, y bastante enfadado, pues quería haber comprado queso de yak en su fábrica, pero el precio era casi el doble que en Kathmandu.
Desde el pueblo de Langtang hasta el último asentamiento del valle, Kyanjing Gumba, había una interminable sucesión de muros de oración, repleto de losas con mantras esculpidos, y en el diminuto alojamiento de Kyanjin, con solo dos habitaciones y donde pasé un par de noches, cené y desayuné en la cocina, muy humilde, y por donde pasaban familiares y amigos a tomar licor y a calentarse en la lumbre.
El primer día en el hotelito coincidí con dos jóvenes amigos holandeses con los que estuve charlando durante horas y el segundo, la habitación la ocupó Vinapati, una mujer india muy bajita y casi anciana, pero muy aventurera, que iba acompañada con un guía y dos porteadores, y que primero se iba a adentrar más al fondo del valle de Langtang, y después quería pasar a la región de Helambu atravesando el altísimo y helado paso de Chang La, de 5.106 metros. También conversé largamente con ella y me recomendó que visitara su tierra, el estado francófono de Pondicherry y la villa espiritualoide de Auroville, cercana a Chennai, en el sureste de India.

El día octavo del trekking me di una buena paliza. Kyanjing Gumba está en la base del pico y del glaciar del Lantang Lirung (de 7.220 metros) y es un lugar precioso y gélido en el que por las noches se hiela el suelo, los riachuelos y el alma.
Para contemplar todo el impresionante escenario que me rodeaba, lo mejor era subir al algo distante pico Tserko Ri, de 4.984 metros. Tardé algo más de 3 horas en llegar a la cima, inflamada de banderas de oración. La vista desde allí era grandiosa de picos y glaciares, casi todos en la lejanía. Permanecí una hora y la bajada, en lugar de hacerla por donde había venido, que era el camino más corto, decidí hacerla dirigiéndome primero hacie el este, adentrándome un poco por la zona remota del Langtang.
Esa zona fue explorada por primera vez por Bill Tillman en 1.949, y hablando con un ganadero de yaks, le mostró una cueva en la que aseguraba que había vivido una familia de yetis hasta seis años antes. ¿Dónde fue la familia? nadie lo sabe, y yo seguiría sin saberlo, pues para adentrarme hasta el final del valle, 25 kilómetros más hacia el norte, habría que ir mejor pertrechado de lo que yo estaba.
El largo regreso por esta variante me produjo una gran alegría por la belleza de este valle misterioso.

De nuevo en Kyanjin Gumba, siete horas después, aún estaba yo dudando si subir a otro pico, el pequeño Kyanjing Ri (de unos 4.350 metros) y desde el que yo suponía, se debía poder ver el glaciar del Langtang Lirung a tiro de piedra. Iba cabilando sobre este y otros temas cuando vi que un numeroso grupo de japoneses achacosillos iniciaban su ascenso, así que ni corto ni perezoso me arranqué y rápidamente los adelanté. Iba yo tan brioso que me pasé del camino correcto y rodeé la montaña por detrás. Pero no pasó nada malo, aún así llegué a la cima en 50 minutos, cuando el tiempo estimado es de 2 horas.
Allí de nuevo el paisaje era maravilloso rodeado de altas cumbres y glaciares.
El regreso fue ultraveloz y al día siguiente, a pesar de la paliza del anterior, pretendí, en mi locura montañera, deshacer todo el camino del valle de Langtang y con ello ganar un día para, a lo mejor, hacer de seguido otro trekking, el del Tamang. Los guías me dijeron que era posible, pero poco probable, que lo pudiera realizar.
Efectivamente no pude llegar hasta Shyaphru Besi, al final del valle. Me quedé a unas pocas horas en una casita en medio de la montaña y donde vivían una tibetana viuda y su anciana madre. En la casita coincidí con un montañero francés que había pretendido lo mismo que yo, y que tampoco lo había conseguido.

El día décimo del trekking, y tras una jornada de lo más relajada, en la que anduve charlando con el francés y con unas holandesas, llegué al final de la ruta en Shyaphru Besi, en el camino y a muy pocos kilómetros de la frontera con Tibet.
Fue en el otro lado de la frontera, en Kyoring, donde Heinrich Harrer (alias Brad Pitt), pasó nueve meses de sus Siete Años en el Tibet, y donde dijo que era el lugar donde le hubiera gustado pasar los últimos años de su vida.
En Shyaphru Besi, ya con coches, motos, camiones y ruido, tuve una habitación lujosa donde pude ducharme, lavar los pantalones e incluso cargar las baterías.

Al día siguiente, a las 6h30 de la mañana, cogí el autobús camino de Kathmandu. El viaje fue maravilloso: botes sin fin, un frío intenso, polvo a mansalva (de nada sirvió el haber lavado los pantalones y cambiado de ropa), centenares de paradas para recoger y dejar mercancías y personas, y para enseñar mi salvoconducto en todos los puestos militares del camino (que lo chinos acechan). Así, 180 kilómetros y nueve horas y media más tarde, llegué a Kathmandu. Y para no perder la costumbre, en lugar de coger un taxi, me fui caminando hasta el centro con mi mochila y ayudado por mi bastón con bandera de oración tibetana. Cuarenta minutos después me volví a alojar en el hotel Puskar, esta vez a un precio más barato por aquello de que ya me conocían y porque aseguraba que me iba a quedar allí una buena cantidad de días.

Y sí, efectivamente, hice fotos, algunas de las cuales las podéis contemplar en este SUPERENLACE.

Y qué más os puedo contar: que por aquí ya se empieza a notar el fresco y que estoy pensando poner en manos de un profesional mi tobillo, porque pasado mañana me marcho a Lumbini para un curso Vipassana de meditación de diez días y no quiero que me esté doliendo cada vez que intente ponerme en la posición del loto, una postura que creo que tendré que mantener como doce horas al día.
Por cierto, en Nepal estamos de fiestas, es algo así como la navidad y parece que también se acerca su año nuevo. Pero cuando estuve la otra vez, en mayo de hace un par de años, también lo celebraban. Me da a mi que esta gente celebra el año nuevo dos veces... extraño ¿verdad?


2 comentarios:

  1. ESTIMADOS HERMANOS:
    Solicito la conversion paranormal de mi casa consagrada por los Dioses hindúes como el palacio divino del nirvana hindú ubicado en lote 10 manzana "R" del sector 5 de los claveles de residenciales San José del municipio de San José Pinula del departamento de Guatemala de mi país Guatemala de la América Central con la consagracion divina de mi mayordomía inmobiliaria de residir en tal casa sin perpetrarme al exilio por mis adversarios.

    Atentamente:
    Jorge Vinicio Santos Gonzalez,
    Documento de identificacion personal:
    1999-01058-0101 Guatemala,
    Cédula de Vecindad:
    ORDEN: A-1, REGISTRO: 825,466,
    Ciudadano de Guatemala de la América Central.

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